OPINION

Otro día después

Francisco Gilet | Miércoles 20 de diciembre de 2017

Seguro que seguirán enmarañando detenciones ordenadas por jueces, con presos políticos; detenciones por comisión de delito con presos por sus ideas; defensa del Estado de Derecho con ataques contra Cataluña; detenciones por infracciones de Ley con ataques a la libertad de expresión; acciones con arreglo a la Ley, con totalitarismo”. En esos términos comentábamos — “El día después”— hace algunos meses refiriéndonos al 2 de octubre. Y, a decir verdad, no nos alejamos demasiado de la realidad. A los pocos días vino el art. 155, con la vitola de que era la solución para todos los males del referéndum del 1-O y que está resultando un 155 low cost. Cuando se contemplan los debates en los medios, cuando se revisan las encuestas, legales o ilegales como la del Periódico publicado en Andorra, no es descabellado aventurar que, otro día después, el 22 –O, todo seguirá igual, o peor.

La premura absurda en fijar las elecciones para mañana, con el aparente descabezamiento de las consellerias y la paralización del Parlament, sin más, no ha supuesto cambio alguno. Se siguen escuchando los mismos discursos de antes y después del 1-O. La TV3 sigue escupiendo sus slogans independentistas con todo descaro. La Junta Electoral está silente ante los desacatos de todos los medios de comunicación catalanes en pro de una república como objetivo político. Incluso una Conselleria hace divertido caso al requerimiento no retirando los lazos amarillos en pro de unos presos considerados políticos. Y en el colmo de la mediocridad y la indecencia, no hay recriminación alguna por parte de la jerarquía eclesiástica ante la celebración de Misas, colocación de grandes lazos amarillos colgados del altar o colectas en favor de unos presos independentistas, por la simple razón de que “el Cardenal” está en Calahorra con motivo de las fiestas patronales. A eso se le puede llamar “diplomacia vaticana” en estado puro.

En la antigua utopía de Platón, los niños recién nacidos tenían que pasar inmediatamente a estar bajo la protección del estado, que los criaría en estructuras públicas para que cada ciudadano, se sintiera orgulloso de la juventud ateniense. Pues parece que a algunos candidatos catalanes les importa un comino la educación e instrucción de los niños vista su conducta en algún debate televisivo. En cambio, otros, sin mesura y desde la cárcel, se refieren a una escuela inclusiva, en donde todos los alumnos deberán recibir una educación igualitaria y primada con el mismo rasero. Una escuela pública, catalana y pan catalanista, en donde niños de infantil canten en el patio a favor de la liberación de los "presos políticos", se persiga a los niños cuyos padres quieren para ellos una educación en español, se insulte a los hijos de los guardias civiles y a los más mayorcitos se les lleve con banderas esteladas a participar en manifestaciones ilegales a favor de la independencia. Nada de todo ello ha evitado ni el art. 155, ni la Junta Electoral, ni la Presidenta en funciones Santamaría ni el hombre de Madrid en Barcelona, Millo. Ni muchísimo menos la A. Nacional o el T. Supremo. Hasta la Forcadell ha seguido con su mantra en pro de la independencia y de la instauración de la republicana catalana, con la compañía inconmensurable de ese otro prodigio intelectual que responde al nombre de Marta Rovira, pareja de uno de esos catalanes que renuncian al apellido de su padre, por ser demasiado español.

Pasar de puntillas por encima de tales problemas y cuestiones quizás sea un modo de ganar votos, pero, cuando se lee que la Junta Electoral ordena retirar la bandera española de la fachada de un ayuntamiento, razonándolo con una asociación con la candidatura de un partido político, el aludir a la enfermedad moral de toda una sociedad es más que una obligación, es un deber. Aunque para enfermedad moral, el comprobar que, quizás por vez primera en la historia de este país, un candidato no se votará a sí mismo, o ni siquiera votará. Y mientras contemplamos el espectáculo con las luchas internas de los independentistas, los despropósitos farmacéuticos supuestamente originales, las bravatas de los bolcheviques de siempre, los silencios ante el vil asesinato por la espalda de un ex legionario, el pánico a una debacle electoral, se puede escuchar el murmullo de fondo, expresivo del hartazgo de muchos de contemplar una película, visionada en carrusel, protagonizada por unos desaprensivos a quienes no les duelen prendas en reconocer que su objetivo independentista y republicano es una quimera inalcanzable en la actual Europa. Una utopía que debiera haberse evaporado mediante un certero art. 155, acordado sin traición socialista y con valentía popular. Para ambos, la razón de Estado es una esencia de gobierno desconocida.

Y con tal escenario, el viernes próximo, otro día después, comenzará un nuevo episodio del caos permitido, consentido y no evitado, en el cual todos serán vencedores, pero ninguno ganador, y España la verdadera perdedora. Se levantarán muchas banderas, de todos los colores y dibujos, y ante la pantalla de televisión más de un español — de los otros — exclamará un “¡que se vayan ya!”, harto de un problema que la mediocridad de unos políticos no ha sabido evitar y el engreimiento y codicia de otros sí ha sabido crear. Aunque, quizá, otro español, espectador también, lance otro grito, “sí, que se vayan, pero el solar es nuestro”.


Noticias relacionadas