OPINION

Ilusión vs desilusión

Francisco Gilet | Miércoles 22 de noviembre de 2017

Conocer de las noticias que van surgiendo puede ser desilusionante hasta alcanzar la sensación que nuestra sociedad “está enferma”. Esa impresión surge al comprobar que la muerte de un fiscal, de un ser humano, en fin, se celebra entrechocando dos copas de cava. Aparte de las frases que pretenden enlodar la vida y esfuerzos de un profesional que, mal que bien, ha intentado cumplir con su función y cubrir su labor con la mayor de las instrucciones. Mal anda de caletre quién usa del insulto para auparse por encima de los argumentos del adversario. Leer que usar de los niños para pedir independencia es el mayor el ensalzamiento de la democracia, sin caer en la cuenta que adoctrinar a esos niños desde tierna edad contra un supuesto opresor, invasor, capador de cultura y lengua, es aproximarse a la HitlerJugend, la cual todavía pesa en la conciencia de muchos alemanes. Sin darse cuenta que en la búsqueda de una segregación, se está avanzando en la creación de una sociedad en la cual el mayor mérito, la más elevada autoestima resida en el desprecio de lo ajeno, aunque para ello sea precisa la mayor de las estupideces o inventivas, cual que el Cid, no solamente no existió sino que era un linaje catalán, por más señas; o que Servant, más conocido como Cervantes, escribió el Quijote en catalán. Y no cabe seguir, pues ello nos conduciría, una vez más, al campo de la desilusión con respecto a una sociedad que camina sin más guía que la soberbia y la vanidad, dirigida por personajes que se están apropiando no sólo del dinero del tesoro público sino del alma de más de una generación.

Y desde esas escenas, girar la vista hacia el otro lado, no es precisamente saltar al mundo de Alicia y sus maravillas. Lamentablemente no hay conejo que nos conduzca hacia el ánimo y la ilusión. Hombres y mujeres a quienes, meses atrás, llamaba los “Sin Nombre”, contemplamos desde el balcón de nuestra experiencia, instrucción o formación, como la procesión de políticos desfila por la calle desprendiendo insultos, malos modos, indiferencia, sosería, ensoberbecimiento, y palabrería hueca justificativa de la pasividad o, peor, la mediocre acción. Esos hombres y mujeres “Sin Nombre”, que, superados los sesenta, formamos la masa poblacional más extensa de la pirámide, no alcanzamos a comprender porque el mérito, el esfuerzo, la preparación, la formación, la competencia, no desfilan por entre esos hombres y mujeres que suben y bajan de un coche oficial. Entre las filas de esa multitud no emana ilusión alguna, ni tan siquiera se respira algún sentimiento de definidos valores, de firmes principios, acompañando a esos “cofrades”, sea cual sea el color de su hábito, fuera del agarre al cargo por todos los medios, sean cuales sean. Y así van trascurriendo los días para los “Sin Nombre”, en la esperanza que surja algo o alguien que, rezumando autenticidad, al secarral actual lo convierta en un campo repleto de ilusiones, principios, valores, fundamentos, méritos y ambiciones más allá de la silla, el sueldo y el coche oscuro. Durante la espera, esa gran masa medita si, una vez más, no debiera coger la antorcha y lanzarse a la ventura de revelar a la globalidad que, todavía, existe fuerza y decisión suficientes para demostrar que la política puede surgir también de esa experiencia, de esa generación innominada. Sin denominación pero sí con espíritu suficiente para evitar no solamente que reine el silencio, la indecisión, el temor, y que la desbandada hacia otras orillas o hacia la nada, siga produciéndose sin reacción alguna por parte de quién conduce un barco que va a la deriva por falta de decisión o capacidad. Quizás ha llegado el momento de dejarse de palabrería vana y arramblar con valor y osadía el grave problema que tiene este país, estas islas; la enfermedad de no hacer frente a la estupidez, a la incompetencia, a la falta de ímpetu, a la carencia de ideales sanos y actuales. Quizás haya que empezar a levantar pendones contra el guerra civilismo revanchista, contra la historiografía a conveniencia, contra el uso y abuso de instituciones, contra la invasión con el arma de la lengua, contra administradores que consideran que el Tesoro es suyo, contra quienes dicen disfrutar con la queja ajena. Todo ello y más, haciendo despertar a los padres que consienten que sus hijos, alumnos, sean manejados y formados en sus conciencias por políticos, por iluminados o por docentes fanatizados. Esa enfermedad de desilusión que campa en conocidas esferas lleva camino, si no lo evitamos, de contagiar a la masa, incluida la que, todavía, mantiene viva la ilusión que vale la pena, no el dejar un mundo mejor a los descendientes, sino unos hombres y mujeres mejores a este planeta triste y gris, gobernado desde la mediocridad, en aras de un falso bienestar impuesto por una oligarquía perennemente auto seleccionada.


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