OPINION

Humanos

José Luis Mateo | Jueves 19 de octubre de 2017

Nos ha correspondido vivir una etapa compleja, tremendamente complicada. Tan pronto comenzábamos a olvidar una crisis económica mundial que nos ha estremecido a todos, se agitaba nuevamente el mundo con el terrorismo yihadista, y todo ello sin perder de vista otras realidades incontestables que van cobrando cada vez más protagonismo y que, por geográficamente alejadas que queden de nosotros, los nuevos medios de comunicación de este siglo, las redes sociales, las acercan a escasos milímetros de nuestra piel. La pobreza, el hambre, las enfermedades, las guerras, las desigualdades crónicas en los más diversos ámbitos y las carencias educativas a escala mundial, siguen dibujando una situación dramática. En otro orden de cosas, ya pocos dudan de que el cambio climático es ya una realidad y el progresivo maltrato y la inaceptable destrucción de la naturaleza resultan insoportables, como ha quedado patente estos últimos días con los incendios que han asolado Galicia y nuestro país vecino, Portugal. Cuánto dolor, cuánto sufrimiento y cuánta desolación causada de manera deliberada por el hombre. ¿Cómo es posible que alguien pueda querer hacer tanto daño? ¿Cómo puede una persona tener tan poco respeto por la tierra que pisa, por la madre naturaleza que nos proporciona el imprescindible abrigo y el mágico manto bajo el que cobijarnos? Resulta inexplicable. Es ese tipo de información que nuestro cerebro se niega a procesar porque resulta demasiado dura y del todo inaceptable. Que todo el peso de la ley caiga sobre estos desalmados que ponen en peligro el verdadero equilibrio por el que todos debemos velar. ¡Ah! Y por si esto fuera poco, en nuestro pequeño país, seguimos enzarzados en una cruzada a ninguna parte de incierto pronóstico en que cada una de las partes parece que ha llegado a un punto de no retorno también difícil de justificar. Maldita sea.

Pero en esta ocasión no voy a hablar de un problema en concreto. Me niego. Eso sí, querría señalar que, en mi modesta opinión, quizás tenemos una tendencia irrefrenable y hasta cierto punto irracional a embarcamos en proyectos que no son los que deberían ocupar la mayor parte de nuestro tiempo pues no son realmente importantes. Nos complicamos la vida hasta extremos insospechados. ¿Por qué pensamos tanto las cosas? y, lo que es peor, ¿por qué tenemos la sensación de detenernos en las cosas que no son verdaderamente importantes? El celebre actor Anthony Hopkins ya comentaba que “nos estamos muriendo por pensar demasiado. Nos estamos matando lentamente a nosotros mismos al pensar en todo. Pensar. Pensar. Pensar. Nunca se puede confiar en la mente humana de todos modos. Es una trampa mortal”.

Algo hacemos mal, desde la base. El mundo que tenemos nos lo estamos ganando a pulso y depende única y exclusivamente de nosotros. Si recogemos egoísmo, intolerancia, violencia y nula empatía, es porque nosotros hemos plantado tan perversas semillas. Falla la educación, la escala de valores y el sentido común. Pero claro, como decía el escritor norteamericano Charles Bukowski, “el problema con el mundo es que la gente inteligente está llena de dudas, mientras que la gente estúpida está llena de certezas”.

Eso sí, nunca debemos olvidar que nuestra condición humana nos hace capaces de lo peor, de lo más deleznable y odioso, pero también capaces de lo mejor, de lo más sublime, de lo más hermoso. Y ese el punto de apoyo que nunca debemos abandonar. No perdamos la esperanza, no dejemos que cunda el desánimo ni en el peor de los momentos, porque alguien en alguna parte, cuando todo parece perdido, está salvando una vida, está plantando un árbol, está escribiendo una carta de amor y está mostrando lo mejor de nuestra condición humana.











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