OPINION

Periodistas de ego obeso

Jaume Santacana | Miércoles 27 de septiembre de 2017

Siempre he pensado que el periodismo es una cosa muy pero que muy seria. Siento una gran devoción por aquellas personas que han ejercido esta digna profesión desarrollando una sincera vocación y una dedicación a prueba de fatigas. Han sido gente que han volcado sus conocimientos al servicio de una sociedad con el noble objetivo de informar, creando, a veces, opinión o relatando, otras veces, los hechos con la máxima objetividad, cosa no siempre fácil. Recuerdo algunos personajes memorables que han puesto a disposición del ciudadano de a pie todo aquello que acontece a su alrededor: Josep Pla, Agustí Calvet “Gaziel”, Manuel del Arco, Julio Camba, Álvaro Cunqueiro, Iñaki Gabilondo... Son, todos ellos, personas con una gran formación intelectual y con un interesante bagaje cultural a cuestas.

Hoy en día -la radio y la televisión lo facilita- surgen algunos de los llamados profesionales de la información cuya pretensión, más que la simple y delicada misión de poner al día a los espectadores, es brillar por encima de las noticias que observa y, en algunos casos, sentirse protagonistas por encima de la realidad y, principalmente, por encima del personaje entrevistado. Son los reyes del mambo periodístico. Son individuos ávidos de éxito, sedientos de fama popular que suelen anteponer su ego al ejercicio de su profesión. En las entrevistas acostumbran a adoptar una actitud agresiva frente al personaje entrevistado, a quien pretenden encerrar en un callejón sin salida a base de preguntas, repreguntas y constantes cortes para que el invitado se sienta francamente incómodo y no pueda desarrollar con sosiego sus razonamientos y sus matices; ellos se sienten, con este comportamiento, los amos de la situación y miran al tendido con aquella pizca de orgullo y satisfacción que caracteriza a los toreros que acaban de realizar una faena maestra.

La semana pasada, en la Sexta Televisión, se produjo un magnífico ejemplo de esta clase de periodismo populista y -si no exactamente manipulador- como mínimo tendencioso. Jordi Évole (Salvados) entrevistaba al President de la Generalitat de Catalunya (de momento...), Carles Puigdemont, con el resultado de un 30% de audiencia en Catalunya (casi un millón de telespectadores) y un 22% en España (tres millones). Para empezar, el realizador planteó una puesta en escena televisiva con una luz oscura y tremendista, en un despacho de la Generalitat austero y rozando el ambiente monacal, tirando a carcelario. La cámara que mostraba al President marcaba un plano corto, cortísimo, un gran primer plano del dirigente político; un encuadre excesivamente cerrado que “maltrataba” la imagen del entrevistado (en televisión, un plano de estas características -aun con una estrella del cine- acentúa, en gran manera, defectos del personaje y marca, sobradamente, sus imperfecciones, tics u otros movimientos rutinarios). Era un plano completamente irrespetuoso con un personaje que merecía (como cualquiera) un tratamiento algo más institucional y menos acusador frente a la audiencia. La cámara que retrataba a Évole nos obsequiaba con un encuadre mucho más racional, un plano medio, como de presentador de telediario, mostrando un poco más que el busto del periodista. Esto en cuanto a la realización televisiva.

En lo referido a la forma de interrogar, que no preguntar, la osadía y el atrevimiento del periodista asesinó el contenido de la entrevista. Évole estuvo, desde el primer minuto, a la contra del President. Me pregunto si ésta es la formulación más eficaz para sonsacarle al personaje el máximo jugo; ¿no sería más eficiente favorecer una relación distante pero cordial para que el entrevistado se sintiera menos acorralado y más cómodo para así poder explicarse mejor? Puigdemont no pudo (quiso, pero no pudo), en ningún momento, explicarse con la serenidad necesaria, ya que continuamente fue cercenado y trinchado por un Évole incisivo, punzante y cáustico. El equipo del periodista le había preparado un guión con muchas trampas (para cazar, no de póquer) y una batería de obuses con la intención de meter en vereda al President; ¡ninguna concesión!

Una última obervación: miré el programa situándome detrás de la barrera e intentando limar mis simpatías o antipatías hacia el entrevistado. No entro a valorar el grado de empatía que me produce el personaje; me puse la careta de objetividad que la cosa se merecía. Es más, pensé, en todo momento, que el personaje invitado era alguien por quien no sintiera el más mínimo afecto o la menor coincidencia ideológica; alguien, incluso, odiado. Y conseguí reconocerme que hubiera escrito este artículo de modo idéntico.

Con la boca pequeña, el presentador soltó, al principio, que no había sido posible hacer la misma entrevista al vividor de la Moncloa.

¡Claro!


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