OPINION

La sombra y la vida

Jaume Santacana | Miércoles 20 de septiembre de 2017
La sombra es una región de oscuridad donde la luz es obstaculizada. Ocupa todo el espacio detrás de un objeto opaco con una fuente de luz frente a él. Existen grados intermedios de sombra y luz entre las superficies completamente iluminadas y la completa oscuridad: la penumbra. Así de simple, así de claro.

En la novela Peter Pan el protagonista pierde su sombra: se le desprende cuando salta por la ventana y ésta se cierra de golpe tras él. La guardan en un cajón y luego Wendy se la vuelve a coser. El novelista Roger Zelazny juega con las sombras en dos de sus obras: en Jack of Shadows el protagonista posee una habilidad única para manipular mágicamente las sombras; en su serie Novelas de Ámbar, la sombra es una substancia metafísica en la que pueden existir todos los universos posibles. Si una persona cumple ciertos requisitos, puede viajar a ellos. En El Señor de los anillos, de J. R. R. Tolkien, Mordor es la tierra donde “mueren las sombras”. En muchas series de manga, las sombras ejercen diversos roles en las historias: usan técnicas paralizando al enemigo con sus propias sombras, envuelven a los partidarios del mal con sus sombras, se inventan demonios que matan a sus adversarios lanzando un puñal contra sus sombras, etc.

En el cine o en la literatura más o menos actual, existe una sobreutilización de la palabra sombra en sus títulos: Sombras tenebrosas, La sombra de la traición, Las cincuenta sombras de Grey, Juego de sombras, La sombra del poder, La sombra del viento... no acabaríamos nunca.

Antes de que Thomas Edison se sacara de la manga la bombilla eléctrica, las sombras eran majestuosas: tanto los hogares como los locales laborales como las calles producían un espectáculo sombrío y, naturalmente, desapacible, algo monstruoso, siniestro. Los grandes pintores del siglo XVII (flamencos, holandeses, españoles, italianos) utilizaban la sombra para contrastar los elementos del cuadro y darles volumen y relieve. Más tarde, la fotografía y el cinematógrafo se las ingeniaron para suplir el color a base de jugar con el claroscuro, con las sombras. También las novelas -principalmente las policíacas- incluyen sombras en los entresijos de sus tramas, en la descripción de sus paisajes e incluso en el carácter de sus personajes ficticios.

Descendiendo a la banalización del sujeto sombra y personalizándolo, debo afirmar que yo soy partidario de la sombra. Me caen simpáticas las sombras. Ya desde muy niño, antes de caer en el sopor que me brindaba Morfeo, jugaba con las sombras que se proyectaban en las paredes y en el techo de mi cubículo infantil (exigía la luz encendida cuando me instalaban en la cama). Las mil y una figuras que se reflejaban por doquier abrían el melón de mi fértil imaginación y dicha distracción me proporcionaba multitud de fantasías que, casi siempre, recibía con agrado. “Veía” monstruos, personajes fantasmagóricos, montañas, nubes, peces, animales prehistóricos, y todas estas visiones, lejos de amedrentarme, satisfacían mi curiosidad innata y me disponían felizmente para entrar en el mundo onírico de la felicidad pueril.

Tengo los ojos claros y la luz me ha molestado siempre. España, país de excesivo sol -más en el sur-, ha producido toda la vida dos fenómenos que afectan directamente al talante de sus habitantes; dos fenómenos contradictorios que, juntos, conforman una parte importante de su identidad: ánimos excitados por el exceso de luz (encrespamiento de actitudes, chulería, desparpajo y cierto imperialismo individual); y, por otra parte, tendencia a la gandulería (brotes de cansancio ante el trabajo, ese arrastrar de pies generalizado, vaguedad en las expresiones orales y desaceleración mental).

En los lugares públicos busco siempre la sombra, mientras que en mi hogar persigo aquel punto de penumbra que da un poco de descanso al ejercicio mental. Sombreros y sombrillas son un gran remedio contra el pantallazo de luz que proviene del universo celeste.

Algunas veces, me han dicho que yo era un individuo que tenía muy mala sombra. Yo -con flema y serenidad- les he contestado que a quien buen árbol se arrima buena sombra le cobija. Por si esto fuera poco, estoy seguro de que yo no le he hecho sombra a nadie en toda mi vida.

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