OPINION

Barcelona mon amour

Emilio Arteaga | Martes 22 de agosto de 2017
Todas las muertes de personas de bien nos duelen, si muere nuestra madre el dolor es inmenso. Todas las víctimas del terrorismo nos afligen, si son cercanas a nosotros la aflicción deviene tortura. Todos los atentados terroristas en cualquier ciudad del mundo nos apenan, si se producen en nuestra ciudad la pena se torna desolación.
Barcelona es mi ciudad. Allí nací, crecí, estudié y me formé, hasta que con veintiséis años me trasladé a la segunda ciudad de mis amores, Palma, donde resido desde hace cuatro décadas. Pero Barcelona será siempre mi ciudad, donde viví mi niñez, mi adolescencia y mi primera juventud. El bárbaro atentado del jueves pasado me sacudió como si me hubiera caído encima un rayo. Tras el primer choque empezó una tarde inacabable de contactar con familiares y amigos, hasta asegurarme de que ninguno de ellos se había visto implicado en persona en el desastre. Después, la tristeza infinita, la desazón, la pesadumbre, también el desconcierto, la perplejidad ante tanta sinrazón y la rabia ante la profunda injusticia que implica la matanza estéril de inocentes en nombre de una interpretación insensata y delirante de una religión, que en ningún caso justifica tanta crueldad y tanta vesania.
Barcelona es una gran ciudad, una metrópoli que aun mantiene una dimensión abarcable, de ubicación excelente a la orilla del Mediterráneo y con un clima privilegiado, de antigua fama mundial por su arquitectura y su urbanismo, con dos mil años de historia desde la Barcino romana, construida sobre asentamientos ibéricos aun más antiguos. Es la capital de Catalunya, una de las naciones más antiguas de la Europa actual y una ciudad activa, dinámica, culta y cosmopolita.
Barcelona no ha sido ajena al sufrimiento a lo largo de su historia y siempre se ha recuperado y resurgido con mayor vigor y empuje que antes. A finales del siglo X Almanzor la saqueó y destruyó en gran parte. En el siglo XVII fue bombardeada en varias ocasiones en la denominada “Guerra dels Segadors”, una especie de conflicto colateral de la Guerra de los Treinta Años. Durante la Guerra de Sucesión fue bombardeada dos veces, en 1705 por las tropas austriacistas para recuperarla tras ser tomada por las borbónicas y durante el sitio de 1713-14 , que supuso su final en Catalunya tras la capitulación de la ciudad el 11 de septiembre de 1714, fue bombardeada sin piedad desde tierra y desde el mar, tras lo que quedó más de media ciudad en ruinas, lo que se agravó con el arrasamiento de una gran parte del barrio de “la Rivera” para construir la infame Ciudadela, destinada a mantener acuartelado un importante contingente del ejército español, no para defender la ciudad, sino para controlar y reprimir a su población.
En 1842 el general regente Espartero ordenó bombardear Barcelona con artillería desde Monjuïc, provocando una enorme destrucción en la ciudad. Un año después, en 1943, se volvió a bombardear la ciudad, acción atribuida al general Prim, aunque hay algunas dudas de que fuese él realmente quien la ordenara. También actuó la artillería militar contra diversos puntos de Barcelona durante la Semana Trágica de 1909 y en 1934, durante los sucesos que sucedieron a la proclamación de la República Catalana por Lluís Companys. Y durante la Guerra Civil provocada por la sublevación del criminal general Franco y sus no menos criminales compinches, Barcelona fue bombardeada sin piedad por la armada franquista desde el mar y por la aviación fascista italiana que tenía su base en Mallorca.
Si los ejércitos musulmanes de Almanzor, los castellanos y franceses, los borbónicos y los infames fascistas no consiguieron aniquilar Barcelona, no lo conseguirán un puñado de fanáticos descerebrados, aunque nos hayan causado mucho dolor y sufrimiento. El grito de los barceloneses “no tenim por” es la respuesta inequívoca de una ciudad que no va a dejarse amilanar por el chantaje del terror yihadista, que pretende subvertir nuestras vidas mediante la introducción del miedo como hilo conductor de nuestro día a día. No lo conseguirán.

No tenim por.

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