Esta semana Ciudadanos ha presentado en el Congreso una proposición de ley sobre vientres de alquiler "altruista" . Que no nos engañen. Según el informe del Comité de Bioética, los ingleses pueden encargar su hijo a otros vientres, siempre que sea de forma altruista, a saber, sin mediar pago alguno. La realidad, sin embargo, es que más que buscarlo en territorio británico, se van a otros países menos desarrollados, donde las gestantes son por lo general mujeres pobres y muy vulnerables. Allí, con el poder que da el dinero, son ellos los que ponen las condiciones, y a la vuelta, gracias a que la ley ampara la subrogación, nada impide que puedan inscribir al bebé como hijo propio.
Es el coladero que el Comité de Bioética recomienda que no se replique en España mediante una hipotética ley de maternidad subrogada en su variante “altruista”, que serviría de preámbulo, a la postre, para la abiertamente comercial. En el informe, los expertos detallan las implicaciones diversas del fenómeno a partir de lo biológico, lo ético y las repercusiones sociales que conlleva, porque, bajo su ropaje de humanidad, se esconde un verdadero mecanismo de imposiciones y falta de respeto a la libertad individual.
Los supuestos contra la maternidad subrogada subyacen bastante más allá de la ideología. En lo biológico, por ejemplo, se conoce que entre la gestante y el gestado se desarrolla a lo largo de nueve meses un vínculo intenso que deja huella en ambos. La mujer guarda en su cuerpo memoria de cada embarazo, especialmente porque incorpora células madre procedentes de la sangre de aquellos que ha gestado. Se almacenan en nichos, especialmente en la médula ósea, y se dispersan en los órganos de la madre.
De igual modo señalan que “La relación psicológica que [la madre] mantiene con el hijo contribuye a la construcción de la futura personalidad de este, dado que se establece entre ambos lo que se denomina espacio psíquico de la gestación. Este encuentro con la madre, naturalmente positivo y gratificante, le abre a los siguientes encuentros interpersonales, a veces hostiles, a lo largo de la vida. La vinculación potente iniciada durante su vida uterina le pertrecha afectivamente”.
Como se aprecia, para ser “solo” la portadora del hijo de otros, la implicación psicofísica de la madre subrogada es enorme. De ahí algunas de las objeciones del Comité a la subrogación, un proceso en que se “trata de evitar que la gestante genere un vínculo afectivo con el niño que pueda poner en riesgo su entrega pacífica”, pero que asimismo priva al bebé de la continuidad de esa relación física y emocional, y de poder alimentarse de la leche de su madre biológica.
Los expertos piden no perder de vista que esta cosificación del menor no va muy en la línea de lo que establecen los pactos internacionales. Por ejemplo, el Protocolo Facultativo de la Convención sobre los Derechos del Niño relativo a la venta de niños, la prostitución infantil y la utilización de niños en la pornografía, de 2000, es contrario a la compraventa de menores, y en su artículo 2 la entiende como “todo acto o transacción en virtud del cual un niño es transferido por una persona o grupo de personas a otra a cambio de remuneración o de cualquier otra retribución”. Según el Comité de Bioética, el proceso de una gestación remunerada es uno de los supuestos incluidos en esta definición.
Respecto al papel de las madres biológicas, el Comité repara en lo lesivo de esa supuesta “elección libre”, tanto para las que han dado el paso por motivos económicos como para las que lo hacen sin esperar retribución material. En primer lugar, los especialistas señalan que hay intereses antagónicos entre los padres intencionales y la gestante: si aquellos buscan –en la gestación comercial– el servicio más económico posible, esta tratará de sacar el máximo beneficio a un proceso que compromete su vida y entraña peligros para su salud. Si aquellos quieren decidir cuántos embriones se le implantan, qué tipo de parto ha de tener o en qué condiciones debe permanecer durante el embarazo, la madre desea reducir en lo posible el riesgo y asumir el control de su vida. Ignorar estas contradicciones, que al no resolverse a favor de la mujer atentan contra su libertad, es dar la espalda a la realidad.