OPINION

Terapia

José Luis Mateo | Jueves 01 de junio de 2017

Era uno de esos días en que no sabes muy bien sobre qué escribir. La verdad es que suelo echar un vistazo a los diarios digitales de referencia y escucho la radio atentamente hasta que algo me llama la atención y digo…tate, te encontré. Pero lo cierto es que ayer la cosa no fue sencilla. Para empezar, era uno de esos días en que podrían haber salido mejor las cosas (sin que salieran rematadamente mal, que tampoco hay que dramatizar) Se vino encima la tarde, mucho trabajo y la cosa no mejoraba. Por si fuera poco, ojeando las noticias, te daban ganas de darte cabezazos contra la pantalla del ordenador: un nuevo atentado en Kabul con más de noventa muertos; un Fiscal Anticorrupción con una sociedad mercantil en Panamá; Puigdemont retando al Presidente del Gobierno reclamándole aclare si utilizaría la fuerza en caso de convocarse la consulta en Cataluña; un Presidente del Gobierno que, por cierto, se equivoca y vota en contra de sus propios presupuestos en el Congreso de los Diputados; un nuevo banco, el Popular, que parece ahora más cerca del rescate que de su venta; un Kamikaze en marbella que atropella a tres personas, colisiona con cuatro coches y porta tatuajes de Toy Story; un actor que relata cómo debía doparse para poder actuar a las órdenes de Pedro Almodóvar; la ya por todos conocida economía colaborativa, que va haciendo amigos allá donde va; y no puedo olvidar el humor “inteligente” de Donald Trump, terror de las redes sociales, quien se marcó un tuit sin sentido que, y cito palabras textuales empleadas por varios medios de comunicación, “incendió Internet” a altas horas de la madrugada.

Ante esta situación, frente a la pantalla del ordenador y experimentando el siempre temido síndrome de la hoja en blanco, decidí levantarme y asomarme a la ventana. Ahí estaban nuestros fenómenos, con sus amigos jugando y corriendo de un lado a otro con una sonrisa de oreja a oreja más que contagiosa. Y la cosa cambió. Piensas, ¡pero qué felices! Y aunque estuve tentado de acudir al tópico flagelante que parece reservar toda diversión para determinadas edades que suelen ir de la mano de la más pura ingenuidad y de la mínima responsabilidad, lo cierto es que pronto me encontré afirmando en voz baja que también yo era feliz. ¡Y tanto!

Entonces reaccioné. ¿¡Por qué esa cara de cenutrio!? Que ocurren cada día cosas en el mundo que provocan la más absoluta indignación…por supuesto; que por desgracia la avaricia, la codicia, la envidia y la ambición tienen muchos más adeptos que la generosidad, la solidaridad, la naturalidad, la empatía o la humildad…qué puedo decir; que en nuestro día a día todos tenemos nuestros problemas, nuestros tropiezos, nuestros pequeños fracasos y nuestros encontronazos…nada nuevo bajo el sol. Sí, todo eso es cierto. Pero lo que no podemos permitirnos es ahogarnos ante las dificultades, quedar sepultados por esa desconfianza generalizada en la humanidad, bajar los brazos, pudiendo disfrutar de lo que realmente merece la pena en nuestra vida, y que lo tenemos ahí, junto a nosotros, al otro lado de la ventana, en la habitación contigua.

¡Qué los árboles no nos impidan ver el bosque! En demasiadas ocasiones nos centramos en los detalles, nos arrugamos ante retos porque no somos capaces de ver las cosas con perspectiva, en su auténtica dimensión. Sí…no es fácil…de hecho, antes de comenzar esas líneas me encontraba entre los derrotados, pensando en lo complicado que es todo y lo mal que está el mundo. Pero hoy estas líneas, con su permiso, me han ayudado. He hecho terapia y ya puedo levantar la cabeza otra vez, echar los hombros hacia atrás y dibujando media sonrisa, musitar aquello de “aquí estoy, con ganas de comerme el mundo”. Así que, a por él.


Noticias relacionadas