Se han hecho muchos análisis, y se harán muchos más, por parte de periodistas, políticos, politólogos, sociólogos, economistas, historiadores y otros profesionales, sobre las causas o razones de los resultados del referéndum del “brexit” y de las elecciones presidenciales estadounidenses, así como del auge electoral en Europa de partidos de un amplio abanico de ideologías, desde ultraconservadores, a populistas, xenófobos, racistas o directamente fascistas, como Ley y Justicia en Polonia, Alternativa por Alemania en la República Federal Alemana, Unión Cívica en Hungría, el Front National en Francia, El Partido de la Libertad en Austria, Verdaderos Finlandeses, el Partido de la Libertad en Holanda, el propio UKIP en el Reino Unido, Alba Dorada en Grecia, Vlaams Belang en Bélgica (Flandes) e incluso en Dinamarca, Partido Popular Danés, y en Suecia, Demócratas Suecos y otros similares en Eslovaquia, Chequia, Bulgaria y los países bálticos.
En Polonia y Hungría tienen el gobierno, en Austria podrían ganar las elecciones presidenciales y en todas partes están ejerciendo una gran presión sobre los partidos tradicionales, empujándolos a radicalizar sus posiciones políticas respecto de la inmigración, como ha sucedido en Eslovaquia, donde el Partido Socialdemócrata ha ganado las elecciones legislativas con un programa populista y xenófobo a fin de contrarrestar al emergente Partido Popular Nuestra Eslovaquia, abiertamente racista. El caso es que aunque no ganen las elecciones ni entren en el gobierno, han conseguido imponer sus postulados a través de la adopción de sus postulados por parte de los grupos políticos establecidos.
También en Francia el partido heredero del gaullismo, Los Republicanos, está radicalizando su mensaje, sobre todo Sarkozy, con la pretensión de frenar el ascenso del Front National de Marine Le Pen. Y el mismo referéndum del “brexit” fue una huida hacia delante de David Cameron en un intento de contener al ala más euroescéptica de su propio partido y al UKIP y consiguió exactamente lo que estos querían, la salida del Reino Unido de la UE.
Las causas son múltiples, diversas y no todas aplicables a todos los casos: la crisis económica, el rechazo de los ciudadanos a los políticos por incompetentes, mentirosos y corruptos, la percepción de que las elites políticas no defienden los intereses de la gente sino los de los grandes grupos financieros y empresariales y, de paso, los suyos propios y sus puertas giratorias, el sentimiento de abandono de algunos estamentos sociales y otras muchas de ámbito local, pero hay una que aparece en todos los casos: la preocupación, el miedo y el rechazo a la inmigración, a los extranjeros, que son percibidos como una amenaza.
El miedo a los bárbaros es el título de un ensayo del filósofo francés, nacido búlgaro, Tzvetan Todorov. Los griegos y los romanos llamaban bárbaros a los extranjeros, a los que no compartían la misma lengua y las mismas costumbres y era, como tal, un término puramente descriptivo. A partir de la caída del imperio romano de occidente en el siglo V, provocada en gran parte por la presión y la invasión de pueblos foráneos al imperio, sobre todo germánicos y eslavos, la palabra adquirió un carácter peyorativo que incluía la noción de agresividad, brutalidad, tosquedad intelectual, incultura y, en definitiva, carencia de civilización. Se opone el “nosotros civilizados” contra “ellos (bárbaros) incivilizados”, cuando ni es cierto que ellos sean incivilizados, ni que nosotros seamos tan civilizados como nos consideramos.
Como bien dice Todorov: “el miedo a los bárbaros es lo que amenaza con convertirnos en bárbaros. El miedo se convierte en peligro para quienes lo sienten, y por ello no hay que permitir que se convierta en pasión dominante. Todavía estamos a tiempo de cambiar de orientación”. Esto lo escribió Todorov hace diez años. Es obvio que no solo no hemos seguido su reflexión, sino que hemos tomado el camino exactamente contrario.