La jornada del sábado pasará a la historia del socialismo como una jornada negra, en la cual los dirigentes del PSOE no fueron capaces de solucionar sus diferencias mediante el diálogo y la discusión en los órganos correspondientes del partido, y transmitieron a toda la sociedad española una sensación de honda división y de absoluta fractura interna, a la vez de una enorme falta de liderazgo. Tras una sesión caótica del comité federal, finalmente se produjo una votación a mano alzada para decidir o no la convocatoria de un congreso, como defendía Pedro Sánchez. Ganó el no y Sánchez no tuvo más remedio que dimitir, tras ser derrotado y desgarrar internamente el partido, cosa nunca vista antes.
El hasta ahora principal partido de izquierdas de ámbito nacional está completamente dividido y deberá ser liderado por una gestora que encabezará Javier Fernández, presidente de Asturias, hasta la celebración de un congreso. La ruptura interna es total y la interinidad de la gestora que tomará las riendas de la histórica formación política es manifiesta. Es previsible que lo sucedido ayer tenga consecuencias graves, pues otras formaciones como Podemos e Izquierda Unida tratarán de sacar provecho de la debacle en el PSOE.
Habrá que ver cómo digiere lo sucedido Podemos y si el descabezamiento de Sánchez supone que los de Pablo Iglesias dejen de dar apoyo a los socialistas en las distintas instituciones en que lo hacen, ya sea gestionando directamente o ya sea facilitando apoyo parlamentario. Ahora mismo se trata de meras suposiciones e hipótesis, pero es muy difícil calcular si lo ocurrido en el PSOE invitará a Podemos a reaccionar de algún modo, lo cual haría peligrar la estabilidad y gobernabilidad de algunas comunidades autónomas.
El PSOE afronta un momento crucial para su futuro inmediato. Lo sucedido ayer dibuja un partido roto pedazos que requerirá de mucha generosidad y altura de miras para superar esta crisis que ha dejado a un partido histórico y centenario, dividido, sin líder y sin cohesión interna.