OPINION

Epidemias en el siglo XXI

Emilio Arteaga | Martes 23 de agosto de 2016
El brote epidémico de fiebre amarilla que está afectando a Angola y a la República Democrática del Congo (antes Zaire), amenaza con convertirse en un nuevo problema sanitario regional en el África Central y potencialmente incluso en una emergencia mundial. El hecho de que haya llegado a Kinshasa, la capital del Congo, una ciudad con unos once millones de habitantes, con una infraestructura sanitaria precaria, en la que solo el 10 % de la población está vacunado y de que esté a punto de llegar la temporada de lluvias, que multiplica la concentración de mosquitos, constituye un riesgo enorme de propagación, agravado por el hecho de que la OMS solo dispone de unos siete millones de dosis de vacunas, que son insuficientes.

Para proteger a las personas en riesgo y no agotar la reserva de vacunas, la OMS se propone vacunar a unos ocho millones con un cuarto de la dosis habitual, lo que conferiría protección por un periodo de uno a dos años y permitiría mantener unos seis millones de dosis de vacunas para posibles nuevas emergencias, mientras se producen nuevos lotes de la vacuna, que tarda unos nueve meses en fabricarse.

La fiebre amarilla, también conocida antes como “vómito negro”, es una enfermedad hemorrágica grave, endémica de África y Sudamérica, que provoca brotes epidémicos esporádicos. Se transmite por los mismos mosquitos que el zika y el dengue e históricamente ha provocado epidemias con elevada mortalidad, también en Europa, sobre todo en la zona mediterránea.

Después de la epidemia de ébola que acabó hace solo unos meses y del brote actual de zika, que está en pleno auge en Sud y Centroamérica y que ha llegado a la mismísima Miami Beach en Florida, poniendo en riesgo su industria turística, este brote de fiebre amarilla supone un nuevo peligro de diseminación internacional de una enfermedad infecciosa grave, para la que no tenemos tratamiento pero sí vacuna, aunque en cantidad totalmente insuficiente si no se consigue contener y se propaga a más países y a territorios de gran densidad de población, sobre todo a zonas urbanas.

Todos estos episodios de aparición de epidemias por enfermedades nuevas o emergentes, o clásicas que nos acompañan desde hace milenios, responden al profundo desequilibrio ambiental y social a que estamos sometiendo al planeta y a nuestra propia especie. El calentamiento global proporciona a muchos agentes infecciosos condiciones adecuadas para su expansión global, pudiendo llegar a muchos más individuos y a muchas más especies que antes.

Por otro lado, los desplazamientos masivos de personas, por viajes o por migraciones provocadas por guerras, sequías, hambrunas o catástrofes naturales, las condiciones de vida precarias de cientos de millones de seres humanos, con malnutrición, deshidratación, falta de agua potable, deficiente saneamiento, hacinamiento, carencia de asistencia sanitaria, falta de vacunas y medicamentos, la tendencia imparable de la especie humana a concentrarse en megalópolis, donde los microorganismos encuentran millones de víctimas potenciales en muy poco espacio, a diferencia de las poblaciones rurales, muy extendidas por el territorio, así como el transporte global de mercancías y la contaminación ambiental brutal, provocan la diseminación de patógenos y sus vectores, la introducción de especies exóticas que compiten y desplazan a las autóctonas.

Todo ello está desestabilizando las relaciones entra las especies establecidas a lo largo de milenios con consecuencias catastróficas. Además de las epidemias mencionadas, ha habido brotes de paludismo en Europa, de hecho hace unos meses la OMS volvió a declarar la zona geográfica europea libre de paludismo, cuando ya lo había hecho hace unas décadas, pero había vuelto y, ahora mismo, hay un alerta en diversas zonas de Grecia, por casos importados, pero entre los que podría haber también alguna transmisión local.

Las abejas melíferas están despareciendo, y ello podría poner en peligro incluso nuestra propia supervivencia, ya que son las responsables de la polinización de muchas de las plantas que cultivamos para nuestra alimentación y la de nuestra cabaña ganadera. Y están desapareciendo por una infección parasitaria y la contaminación con determinados pesticidas.

Los olmos europeos se han casi extinguido por una combinación de una infección por un oomiceto (organismos parecidos a los hongos) y un escarabajo. Los cangrejos de río autóctonos europeos están en grave peligro por la infección por un hongo introducido junto con los cangrejos de río americanos y por la depredación de esos mismos parientes americanos, más agresivos. Los salmones salvajes desaparecen de las zonas donde hay piscifactorías, porque se infectan con gérmenes procedentes de sus hermanos criados en cautividad. Las focas, las nutrias marinas y también algunas especies de delfines y ballenas, hace años que vienen presentando infecciones por gérmenes propios de animales terrestres, infecciones favorecidas por las nuevas condiciones ambientales causadas por el calentamiento del agua marina.

Nosotros mismos nos vemos afectados por este desequilibrio global. El virus del SIDA procede, con toda probabilidad, de un virus similar de los monos, que saltó la barrera entre especies y nos contagió. El virus del Ébola parece ser propio de murciélagos y la infección humana sería excepcional, pero debido a la alta contagiosidad entre personas, cuando afecta territorios con gran densidad de población se producen epidemias con miles de afectados y muertos. Hemos eliminado el virus de la viruela, pero de vez en cuando aparecen en África casos de personas contagiadas con el virus de la viruela de los monos.

En los próximos años este problema no hará sino empeorar. Solo si cambiamos radicalmente nuestra relación con el entorno y con nosotros mismos podremos empezar a solucionarlo, en caso contrario, cada vez tendremos epidemias más extensas y más graves, de enfermedades nuevas y de enfermedades antiguas. El tifus exantemático, la peste bubónica, el cólera, la lepra, siguen existiendo, están agazapados, pero nada impediría que pudieran volver si se dan las condiciones adecuadas. La tuberculosis sigue entre nosotros, y con la amenaza de la resistencia a los antibióticos puede convertirse en una emergencia sanitaria mundial. Y el SIDA, el paludismo, las filariasis linfáticas, la esquistosomiasis, el sarampión, la tosferina, el tétanos, la difteria y tantas otras siguen dispuestas a volver en cuanto les demos la más mínima oportunidad.

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