OPINION

Solos y solas

Joana Maria Borrás | Domingo 14 de agosto de 2016
Este largo fin de semana veraniego me recuerda este año, a la Navidad. Hay que ser feliz y pasárselo estupendamente si, o si. De lo contrario, los anuncios en
televisión ya se encargan de recordarnos que hay gente divirtiéndose en las playas, tomándose unas cervecitas con amigos; o navegando, también con un grupo de amigos; o de cenita veraniega en casa de algunos amigos o en la nuestra.

Prácticamente todas las imágenes que invaden nuestra retina nos muestran una mezcla de azules maravillosos de película romántica, y escenas de absoluto relax
con mucha gente.

Pero hay gente que esta sola y se siente como si fuera Navidad en estas fechas también. Parece obligado divertirse, parece obligado ser feliz y ellos, que no es
que no quieran, sino que no pueden, tienen que conformarse con intentarlo.

Los nuevos “solos y solas” de éste artículo, y los hay a miles, son todos aquellos que un buen día decidieron poner punto y final a un matrimonio que les frustraba y,
con una decisión que no era fácil de ejecutar, dieron un paso adelante para tirarse al abismo en pos de una nueva oportunidad.

Hace veinticuatro años que, como abogada, tramito demandas de Divorcio, y al margen de los aspectos jurídicos que por ser verano omitiré, he visto en la mirada
de mis clientes (hombres o mujeres indistintamente), aparte de los sentimientos propios de quien decide tomar esa decisión, un miedo tremendo a dar ese paso,
por muy importantes que fuesen los motivos.

Es el miedo que, para muchas generaciones de divorciados, ha supuesto salir de un marco de equilibrio formal (todos hicimos lo que parecía que se tenía que hacer: casarnos jóvenes, tener hijos, comprar una casa, hipotecarnos), para entrar en un plano totalmente desconocido.

No es lo mismo ser un divorciado o una divorciada de más de 45, que serlo con menos de esa edad. La diferencia para mi es muy clara: las generaciones
anteriores fueron educadas por padres y abuelos supervivientes de una Guerra Civil, con unos criterios educativos y morales que calaron hasta el alma. Con unas pautas y grandes dosis de castigo social, frente a comportamientos que, para generaciones posteriores, eran no sólo habituales sino también normales.

Los divorciados y divorciadas de estas hornadas (más de 45 años), han tenido que bregar no sólo con el miedo al vacío del día después de la separación, sino
también, con la superación de todos los tabús y prejuicios con los que fueron educados. Porque hoy en día, para rehacer su vida y tener nuevas oportunidades,
tienen que romper esquemas de forma traumática.

No es fácil plantarte en el mundo con más de 45 años, sin haber vivido antes
porque te casaste a los veinte y poco más. Eres una persona mayor, pero tienes
alma de adolescente. Y esas generaciones están marcadas por esta situación de
partida.

Son muchos de esos nuevos “solos y solas”, lo que este verano se ven obligados a reinventarse para no pedirle al jefe que no les de las vacaciones todas juntas (y no
tener que decir que se aburren). No es fácil llenar agendas para quienes fueron educados para no estar solos.

Por eso dedico este artículo a todos ellos. Porque no era fácil atreverse a dar ese paso (y sino que lo digan todos los casados a quienes les gustaría tener la fuerza
necesaria para hacerlo y no lo consiguen), y lo hicieron, a pesar de llevar ahora pesadas mochilas a sus espaldas (que condicionan su futuro más inmediato) y a
pesar de ser conscientes de que, en ese nuevo mundo en el que han aterrizado, les sirve más, la espontaneidad de cualquier treintañero/a, que la veteranía acumulada durante años de hacer lo que “tocaba”.

Feliz Verano !

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