OPINION

Don Tancredo Rajoy

Miquel Pascual Aguiló | Sábado 06 de agosto de 2016

El don Tancredo, o la suerte de don Tancredo, era un lance taurino con cierta afición en la primera mitad del siglo XX. Consistía en que un individuo que hacía el don Tancredo, esperaba al toro a la salida de chiqueros, subido sobre un pedestal situado en mitad del coso taurino. El ejecutante iba vestido con ropas generalmente de época o cómicas, y pintado íntegramente de blanco. El mérito consistía en quedarse quieto, ya que el saber de la tauromaquia afirmaba que al quedarse inmóvil, el toro creía que la figura blanca era de mármol y no la embestía, convencido de su dureza.

Como ya le había dicho antes a Pedro Sánchez, Rajoy le advirtió el martes pasado a Albert Rivera que “no se puede prolongar mucho más esta situación de interinidad”.

Según mantiene, si “nadie” quiere que se repitan las elecciones, hay que “actuar en consecuencia”. “Unas terceras elecciones serían inadmisibles y eso exige el concurso y el compromiso de todos. Tenemos que hablar y lograr algún tipo de entendimiento que acabe con el bloqueo y devuelva la normalidad a la política española”, ha manifestado, para insistir en que “todos” están “obligados a colaborar” y él hará “todo cuanto esté en sus manos” para que no haya unas terceras elecciones.

Tarde, mal y nunca o tarde, mal y a rastras, ambos aforismos le son aplicables al perezoso de Rajoy, lo que tiene que hacer él, lo traslada a sus oponentes.

Cuando José María Aznar eligió a Mariano Rajoy como sucesor en el verano de 2003 frente a Rodrigo Rato, Mayor Oreja o incluso Ángel Acebes, ya sabía mucho sobre la intimidad del candidato, que era un secreto a voces en el Congreso. Hoy le acusa de pusilánime, poco decidido e incluso miedoso, pero entonces era una virtud que se definía como “flexibilidad” porque hacía lo que Aznar le sugería. Porque Rajoy era una persona que sucumbía fácilmente a las presiones de todos y por todos, asustadizo, nervioso y poco vehemente, y al que ahora aún le sigue costando decir que no, que prefiere inhibirse ante las decisiones graves que pueden acarrearle enemigos, lo que Aznar vio como una virtud ahora es un defecto, un grave defecto.

El Mariano que se ha dado a conocer es sólo una caricatura de sí mismo, un escudo en el que se parapeta para aguantar embestidas internas en su partido y bufidos externos que quieren empujarlo al precipicio, lo que de momento no han logrado en absoluto.

Habla a sus contrincantes políticos y hasta a sus posibles y más que probables compañeros de gobierno en esta legislatura que está próxima a empezar, como si fueran niños malcriados a los que hay que enseñar, como si fueran los otros los que tuvieran la obligación de hacerle presidente, a los que, con su más que probada sinvergonzonería, regala los insultos más graves, para luego hacerse el ofendido cuando simplemente se le echa en cara que no es de fiar y que es el jefe de la corrupción política más grande nunca vista en toda Europa y trata por todos los medios, de culpar a los otros partidos que no quieran pactar con él, mientras permanece impertérrito en su columna de cristal “viendo pasar el tiempo”, cual Puerta de Alcalá.

Sabe, desde su ideología totalmente apartada de un pensamiento mínimamente democrático y social, desde sus tiempos de diputado de AP en el Parlamento Gallego en los que defendía en su artículo publicado en el Faro de Vigo, el 4 de marzo de 1983, “Igualdad humana y modelos de sociedad”, elogiando un libro de Luis Moure Mariño, notario, profesor de Derecho y columnista habitual de la prensa gallega durante el franquismo, que: “…estamos ante uno de los libros más importantes que se han escrito en España en los últimos años. Constituye una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales, de las doctrinas basadas en la misma y por ende de las normas que son consecuencia de ellas… La desigualdad natural del hombre viene escrita en el código genético, en donde se halla la raíz de todas las desigualdades humanas… que la imposición de esa igualdad relajaría a cotas mínimas al privar a los más hábiles, a los más capaces, a los más emprendedores…”

Con estos antecedentes personales no es de extrañar que el gobierno presidido por Mariano Rajoy sea considerado como el gobierno más antidemocrático que ha tenido la joven democracia española, no es de extrañar su demostrado desdén hacia la ciudadanía en general, y no es de extrañar su destacado desprecio hacia las personas con un nivel socioeconómico medio y bajo y hacia los más desfavorecidos.

Para Mariano Rajoy cuanto más desigual es una sociedad, más coherente es con la identidad humana y más coherente con su pensamiento fascista.


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