OPINION

Que viene la tribu

Marc González | Viernes 13 de mayo de 2016

Doña Anna Gabriel quiere engendrar en comandita. Y es lógico, si se piensa lo que se ahorra una si además, una vez paridos, deja a sus retoños al cuidado de la tribu. Ciertamente, quienes tenemos hijos, más de una vez los enviaríamos con alguna tribu, a poder ser con una de Papúa-Nueva Guinea.


De todas formas, no tengo muy claro que el invento de la cupera acabe de funcionar.


Recuerdo cuando, hace casi cuarenta años, Toba, nuestra perrita ’mestiza’ –a quien Dios tenga en su gloria, sección perruna-, parió sus cachorros. A ver quién era el guapo que se le acercaba y le quitaba alguno de aquellos mamoncetes peludos. Ni de coña. Toba no era muy leída ni muy escribida, y poco dada a escuchar discursos, así que es poco probable que su instinto maternal le proviniera de prejuicios culturales propios del patriarcado feminicida. Del padre de aquellas criaturas, sin embargo, nunca más se supo, se limitó al sexo casual, el muy perro. Machista asqueroso, según la Gabriel.


Nuestra especie es única en eso, incluso entre los primates. Conservamos intacto el instinto maternal que atesoraba Toba, y del que parece carecer doña Anna, pero además hemos añadido una insólita estimación paternal que pretende garantizar que un cachorro –o cachorra- que nace tan indefenso como lo hace el del género humano, reciba la debida protección. Los espalda plateada de la especie humana, pues, no dejan colgada a la madre con su camada para irse a inseminar las restantes hembras en estado fértil (por regla general, claro, que siempre ha habido mantas, yo conozco a unos cuantos).
Y esa sí que debe ser una construcción cultural, aunque surja de una necesidad vital de seguridad. Se llama familia. Y resulta que sobre esa relación entre un hombre, una mujer y su progenie común se ha construido nuestra sociedad desde la noche de los tiempos, aunque la modernidad nos haya traído además otros tipos de núcleos familiares diferentes, pero que, en gran medida, comparten con los tradicionales esos roles primarios de cuidado y crianza de los hijos, naturales o adoptivos.


Ahora va la Sra. Gabriel y nos dice que eso es de un carca subido, y que lo guay es procrear y criar a los hijos en la tribu. A algún salido la idea le gusta, no tanto por las consecuencias, sino más bien por las causas, a las que siempre estará dispuesto.


En cualquier caso, eso de repartir la responsabilidad entre toda la tribu para formar a los vástagos no es un invento de esta política catalana. Un viejo proverbio africano, que mencionó el escritor y filósofo José Antonio Marina con ocasión de la presentación de uno de sus libros, señala que “hace falta la tribu entera para educar a un niño”. Pero es que eso, doña Anna, ya existe: se llama escuela. Ahora bien, ni la mejor escuela, ni la tribu más avanzada podrá suplir el instinto materno y paterno-filial. Sin duda, la Sra. Gabriel lo desconoce, aunque solo sea porque no tiene hijos. No ha padecido todavía eso tan llamativo como el ‘síndrome del nido’.


De lo otro, de la ‘fase previa’, podemos hablar otro día, aunque me temo que las comunas de amor libre tampoco las ha inventado nuestra ínclita amiga catalana.


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