Miércoles 23 de marzo de 2016
La última acción terrorista perpetrada en Europa arroja un balance de 230 víctimas, entre fallecidos y heridos de diversa gravedad. Como si obedeciera a una sangrienta represalia por la detención de Salah Abdeslam, a quien las fuerzas de seguridad atribuyen la supuesta autoría intelectual de los atentados de París cometidos el 13 de noviembre, ayer una treintena de personas fallecieron en el aeropuerto de Zaventem y en una estación del metro del barrio de Maelbeek capital belga, precisamente donde fue detenido Abdeslam el pasado sábado. La cadena de atentados ha sido reivindicada por el Estado Islámico y ha apuntado a la participación de Bélgica en la coalición internacional que lidera los Estados Unidos atacando posiciones de ISIS en Irak y Siria.
Las declaraciones de condena de los crímenes y de solidaridad con las víctimas y con los belgas se suceden, así como los minutos de silencio. Sin embargo es natural preguntarse si se está haciendo todo lo posible para proteger a los ciudadanos de la sinrazón terrorista. En este sentido conviene recordar que Salah Abdeslam salió de Bélgica hacia Francia y luego regresó a Bruselas, donde la Policía tardó en capturarlo más de 4 meses.
Ahora se busca activamente a quien pudiera haber colaborado con los terroristas, que según las primeras informaciones pudieran haberse inmolado detonando unos cinturones explosivos. Pero no cabe ninguna duda de que el único trabajo policial y de los servicios de inteligencia auténticamente útil para salvar vidas es el de prevenir los actos criminales. Y eso pasa por detectar a los elementos radicales o en proceso de radicalización y controlar sus movimientos para evitar que puedan cometer ningún acto ilegal. Si eso no sucede, o no se es suficientemente efectivo, seguiremos lamentando actos brutales como los de ayer.
Noticias relacionadas