Encima, maleducados

Recuerdo perfectamente cómo, en cierta ocasión, mi profesor de Derecho Político nos comentó, a raíz de unos altercados que tuvieron lugar en la facultad de derecho a medidos de los años ochenta, lo siguiente: —recelad de la gente maleducada. Cuánta razón tenía.
No se confundan, no pretendo hacer un juicio moral sobre las personas faltas de instrucción educativa. La mala educación tiene poco que ver con el nivel social o de estudios, al menos así era hasta hace unos años.
Hasta el más iletrado y humilde ciudadano conocía las reglas básicas de lo que entonces se denominaba urbanidad y que hoy definimos como convivencia. Y, entre esas reglas, la más elemental era la de no ofender o despreciar gratuitamente a los demás.
Ada Colau, alcaldesa de Barcelona para desgracia de los barceloneses, que ni siquiera puede acreditar formación superior –según la Wikipedia, quedó a dos asignaturas de la licenciatura de Filosofía-, es el ejemplo vivo de la mala educación, de la utilización espuria de un cargo público para vomitar sobre los demás los complejos, obsesiones y prejuicios personales, que sin duda comparten algunos de sus correligionarios.
Las últimas víctimas de la patología social que padece han sido los militares asistentes al Salón de la Enseñanza, donde se exponía la oferta formativa para jóvenes, entre la que se incluye, obviamente, la militar.
Pues bien, la Sra. Colau, arrogándose la representación de los barceloneses, hizo saber a los mandos militares allí presentes que no eran bienvenidos, y ello solo porque, dentro de su caótico, maniqueo y simplista esquema de valores, un militar es alguien que se dedica a una actividad deshonrosa y violenta encaminada a matar al prójimo. Seguramente, Colau no piensa lo mismo si el militar es venezolano o cubano, pero, en cualquier caso, lo relevante aquí es que tal vez no podamos exigir que todos los cargos políticos tengan formación universitaria, pero, al menos, sí deberían tener un poquito más de educación.