Viernes 11 de septiembre de 2015
La situación que se presenta en Europa con la crisis de los refugiados sirios es muy preocupante. He leído estos días los periódicos y dicen que al archipiélago llegarán unos 600 emigrantes, una cifra que me parece realmente absurda (menos de 100 por isla), y que no se corresponde con la capacidad real de acogida de un pueblo generosos como el nuestro. Es necesario al menos triplicar esa cifra para ayudar a esta gente.
Nosotros en Canarias sabemos muy bien lo que supone una emigración que, aun lejos de ser masiva, fue muy populosa durante el gran parte del siglo XX, cuando las diabluras del franquismo llevaron al límite a muchas buenas personas, que vieron en Sudamérica, mayormente, un futuro mejor para sus familias.
Yo, como nieto de emigrante, no puedo dejar de pensar estos días qué hubiese sido de mí si mis abuelos no hubieran logrado llegar a Cuba, donde se establecieron allá por los años 40, para permanecer en una tierra que, una vez terminada la guerra, seguía siendo una tierra de combate. En los años primeros del vergonzoso bloqueo que al fin ha terminado, mi abuelo siempre decía: “mira, como en Tenerife. En aquellos tiempos lo seguro era hablarle a tu paladar”. Aunque nunca entendí realmente el significado de aquella frase, me quedó claro que lo más seguro para él, socialista convencido, era salir de una tierra que, tan suya como de otros, mataba sus anhelos de democracia y de sentirse libre.
No sabría decir cuánto tiempo le duró esa ilusión, cuánto tiempo fue Cuba su Jardín de las Delicias particular, su tierra prometida. Sé que de esa ilusión nací yo, no tengo más que hacer cuentas. Y ahora, tres cuartos de siglo después, de vuelta en mi tierra, la que tuvo que haber sido suya y que de mi padre sólo fue en los últimos años de su vida, veo como se produce un nuevo éxodo (otro más) y me revuelve contemplar cómo se insinúa que el pueblo sirio está saliendo voluntariamente de su país para invadir Europa. “¡Qué vienen yihadistas!”, dice el ministro.
La grabación del niño sirio yaciendo sin vida en la playa agitó conciencias, y dejó patente una vez más que la imagen vale más que el hecho en sí, y con ese panorama nunca solucionaremos esta crisis de los pueblos que va camino de destruir nuestra especie. La imagen que nos haga poner fin a esta barbarie también puede ser la última.
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