OPINION

El laberinto griego

Emilio Arteaga | Martes 23 de junio de 2015
Desde hace varias semanas venimos asistiendo a la escenificación de las conversaciones infructuosas entre el gobierno griego y la antes llamada troika, a la que ahora se le ha cambiado el nombre por el plural de “las instituciones”, el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, que tienen como objetivo la concesión a Grecia del tramo del rescate financiero que le permita pagar el plazo de su deuda con el FMI que vence el 30 de junio, y también el plazo que vence un mes después con el BCE y otros acreedores.

En este proceso estamos viendo que el gobierno griego va haciendo propuestas que son sistemáticamente rechazadas por las instituciones, pero no vemos ninguna flexibilidad por parte de éstas. Tal parece que la voluntad es la de obligar a Tsipras a bajar la testuz y rendirse sin condiciones, a fin de humillarlo ante su propio pueblo y, sobre todo, lanzar un aviso a los ciudadanos de otros países en los que se están viviendo procesos políticos similares a los que llevaron a Siritza al poder en Atenas.

El mensaje es diáfano: no es posible salir de la ortodoxia económica impuesta por el poder financiero y ejecutada por los políticos venales de los gobiernos europeos. Los ciudadanos deben resignarse a ser más pobres, a tener una peor asistencia sanitaria y, como consecuencia, una peor salud, a la disminución de la esperanza de vida, a una peor educación pública, a una educación universitaria inaccesible, al abandono de los dependientes a sistemas de caridad, a trabajar en condiciones de semiesclavitud por salarios de miseria en empleos precarios y, en definitiva, a retroceder 150 años en derechos sociales y calidad de vida.

En el laberinto griego nos estamos jugando mucho más que la salida de Grecia del euro, mucho más que la inestabilidad financiera que provocaría dicha salida y la casi inevitable quiebra posterior del país heleno, con el consiguiente perjuicio económico para los países y bancos acreedores y, sobre todo, con la tremenda presión que se aplicaría en forma de subida de intereses a la deuda pública de la zona euro, especialmente la de los países que hemos sido rescatados, lo que conllevaría nuevos recortes al estado del bienestar y más sufrimiento para los ciudadanos.

El problema es que en este laberinto no hay actores bien definidos, a excepción de las víctimas sacrificadas al Minotauro que son, sin duda, los ciudadanos, los griegos y los de otros países de la UE, especialmente los del sur de Europa. No está claro quien pueda ser Teseo. Parecería que debería serlo el gobierno griego actual, pero tanto Tsipras como Varoufakis han demostrado una notoria falta de actitud diplomática, lo que ha llevado al rechazo de sus tesis que, sin embargo, son consideradas acertadas por muchos economistas y centros de estudios de entidades financieras europeas. Grecia ha hecho más reformas que nadie en esta crisis pero ha llegado prácticamente al límite y no basta; si no se reestructura la deuda y se condona una parte, no hay solución viable. Pero la actitud no chulesca pero sí de superioridad moral e intelectual con la que Varoufakis se ha presentado en las negociaciones ha generado rechazo hacia sus tesis y hartazgo de su persona y, de rebote, ha influido también en una percepción negativa de Tsipras.

Tampoco parece haber ninguna Ariadna que provea a Teseo del ovillo de hilo necesario para poder salir del laberinto. Desde luego no lo es Christine Lagarde, la superhalcón del FMI. Podría serlo Angela Merkel, si decide desairar a su propio ministro, el arrogante Wolfgang Schäuble, pero ha consentido mucho populismo demagógico que ha impregando a los ciudadanos alemanes de la falsa creencia de que ayudar a los países mediterráneos es pagarles la farras y la buena vida, cuando los receptores principales de esa ayuda son los propios bancos alemanes, que poseen grandes cantidades de deuda griega y de otros países.

Pero quizás no sean necesarios ningún Teseo ni ninguna Ariadna. Quizás la conciencia de la catástrofe, desde múltiples puntos de vista, no solo desde el económico, que supondría la salida de Grecia del euro, el denominado grexit, será el motivo que haga finalmente recapacitar a todas las partes implicadas y consiga que se llegue a un acuerdo satisfactorio y, sobre todo, viable y que evite más sufrimientos al pueblo griego, más víctimas sacrificadas al minotauro financiero.

No tendremos ningún héroe al que aclamar, lo que tampoco es malo, no están los tiempos para depender de paladines, y el minotauro seguirá vivo en el laberinto, pero al menos la UE y la eurozona podrán seguir adelante, en semiprecario como ya viene siendo habitual y nos estamos acostumbrando, pero dándonos la oportunidad de conseguir seguir manteniendo la esperanza de esta Unión Europea que es, a pesar de todos sus defectos, lo mejor que hemos hecho los europeos en nuestra historia.

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