Marc González | Viernes 24 de abril de 2015
A raíz del tristísimo suceso del IES Joan Fuster de Barcelona, vengo leyendo algunos comentarios sobre la revisión de la edad penal de los menores –debate recurrente siempre que se da un acontecimiento de estas características-, así como muchos otros sobre la influencia de los videojuegos o la violencia televisiva sobre los menores.
Con todo, los que más me han impactado han sido los de algunos docentes que poco menos que sugerían el linchamiento del menor agresor, con argumentos cuya única disculpa es su lógica indignación pero que, a fuer de ridículamente corporativistas, me hacen dudar de su vocación educativa.
Porque, por más frustración que nos produzca un hecho así, lo cierto es que las enfermedades mentales y especialmente los brotes psicóticos y los trastornos esquizoides se manifiestan muy a menudo por primera vez en la adolescencia, como ocurrió en esta ocasión de forma dramática. Son, además, difícilmente previsibles.
Pero es que incluso aunque no hubiera sido así, un menor de 13 años es penalmente inimputable, y creo que es bueno que así sea. Nada más retrógrado que los sistemas que juzgan a los menores bajo el mismo prisma que a los adultos, de los que tenemos algunos ejemplos como el de Stinney, un menor estadounidense de color que en 1944 fue salvajemente ejecutado en la silla eléctrica.
Cierto es que el grado de maduración cambia ligeramente con los tiempos y que, además, cada individuo sigue un ritmo distinto. Pero no se pueden hacer leyes penales sometidas a la inseguridad de determinar cuándo un ser humano puede ser considerado imputable en función de su desarrollo y cuándo no. Hay que fijar una edad por debajo de la cual se está fuera del ámbito del derecho penal, e internacionalmente está reconocido ese límite en los 14 años.
Un niño menor de esa edad puede hacer mucho daño, pero, probablemente, si no es que padece algún tipo de patología psiquiátrica, sea también a su vez una víctima de violencia o de una educación –o de su falta absoluta- de la que son responsables sus padres.
Con todo, podríamos estar de acuerdo en que la maldad es intrínseca a una parte de la raza humana, sea cual sea su edad. Me viene a la mente la novela El Señor de las Moscas de William Golding, magistral reflexión sobre ello.
Sin embargo, nuestro sistema debe primar la recuperación e integración del menor delincuente, tanto si es menor de 14 años como si ya ha superado esa edad. Lo contrario, nos llevaría a retroceder a tiempos felizmente superados.
TEMAS RELACIONADOS:
Noticias relacionadas