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La palabra firme de Gran Canaria en FITUR

Antonio Morales Méndez | Lunes 03 de febrero de 2025

Este año llegamos a FITUR con las lluvias que dejó en Madrid la borrasca Garoé, la primera bautizada con un nombre aborigen canario. Dentro de los pabellones de IFEMA se movía un río de miles de personas, integrantes de delegaciones llegadas de todos los rincones del mundo para participar en las sesiones profesionales. Resulta difícil no dejarse arrastrar por la inercia de una cita que históricamente desemboca en otra lluvia, en este caso de cifras. Expectativas de más visitantes, beneficios, macroresultados económicos, conexiones aéreas, plazas alojativas…

Me ha llamado la atención el auge de discursos vinculados a la importancia de que el turismo se dirija hacia su propia sostenibilidad. Lo he escuchado por boca de representantes públicos de destinos internacionales y nacionales, y también dentro de nuestro archipiélago. Quiero pensar que estas declaraciones suponen el indicio de un cambio de rumbo. Aunque tengo mis reservas, además del temor de que en ciertos casos se trate de una variante más de lo que ahora conocemos, según su popularizada denominación en inglés, como greenwashing, es decir, la falsa promesa de un compromiso medioambiental y social envuelta en buenas palabras. El gato por la liebre del refranero de siempre.

Por sí mismas, a las palabras se las lleva el viento. Solo mantienen su sentido cuando van de la mano de hechos y estrategias encauzadas a modificar la realidad. De lo contrario, se abre un abismo entre lo que se dice y lo que se hace por el que desaparecen la coherencia y la esperanza de un cambio real. Y, sinceramente, entre lo que he oído, visto y leído estos días, pasada una semana del cierre de FITUR 2025, compruebo la existencia de profundas lagunas entre lo que se pregona y lo que se lleva a la práctica, como pantanos que desprenden el aroma del oportunismo.

No es el caso de las líneas de acción en las que lleva embarcado una década el Cabildo, que engloban un golpe de timón turístico para mejorar la travesía de quienes comparten proyectos e ilusiones en Gran Canaria. Por eso quise aprovechar mi presencia en FITUR para que la firmeza de la voz de la isla se escuchara con claridad dentro del gigantesco coro, como una contribución al debate y aunque a alguien le pudiera resultar disonante. De hecho, ahí reside su valor. Sé que existen muchas sensibilidades, pero es necesario que las discutamos y busquemos fórmulas para aproximarnos, huyendo del cortoplacismo y la negación de que estamos ante un cambio de paradigma.

Hemos vivido procesos parecidos con el cambio de modelo energético o con la necesidad de hacer frente al calentamiento global. Afortunadamente, las posiciones se han ido aproximando, aunque siempre nos encontraremos con negacionistas, retardadores que priorizan aspectos menos significativos y dilatan las soluciones o los catastrofistas que aseguran que ya nada se puede cambiar. En este lado están los que dicen que nada se debe cambiar y se instalan en el inmovilismo y los que señalan que nada se puede cambiar y se anclan en la turismofobia.

Las macrocifras del turismo son contundentes. Estamos ante una actividad que mueve el 9% del PIB mundial (en España un 13% y en Canarias un 35%) y del que depende uno de cada doce empleos en el planeta, principalmente ocupados por mujeres. Además, se trata de un sector económico que impulsa el desarrollo de países menos avanzados y favorece el diálogo y la cooperación entre culturas. Asimismo, el derecho a las vacaciones anuales retribuidas está regulado en diversas normas internacionales. También a moverse libremente.

Existen múltiples modalidades de turismo, pero, entre otras razones, con el auge de los vuelos y servicios de bajo costo, y las ansias de romper con el aislamiento que supuso la pandemia, ha surgido el fenómeno de la masificación. Incluso en los lugares más sorprendentes o peligrosos podemos encontrar colas de personas. Y Canarias figura entre los destinos líderes del turismo en el mundo y eso es debido a una gran cantidad de personas, empresas y organismos que hacen posible la excelencia de nuestra oferta. Pero no nos podemos dormir en los laureles.

El turismo hunde sus raíces en nuestra historia y es parte de nuestra identidad. Y a partir de esa realidad, hemos de esforzarnos por conseguir que responda a nuestras necesidades y no profundice en las desigualdades, la animadversión social o en el impacto negativo en los recursos naturales o de servicios, porque determina nuestras vidas. Este año se cumple medio siglo desde la creación del Patronato de Turismo. Durante cinco décadas, el Cabildo ha servido de soporte a la promoción de la isla y a las empresas del sector. Hoy la gobernanza de los destinos está en cuestión. El pacto social está en crisis y no podemos dejar que se deteriore más.

En estos cincuenta años, el turismo se ha profesionalizado y estructurado de manera considerable. Pero también hemos visto crecer el descontento de sectores de la población que lo culpan de déficits sociales y medioambientales y plantean cambios. Por ello, debemos recuperar la implicación de la sociedad para consolidar un modelo de turismo más sostenible y rentable, que contribuya al progreso, a la diversificación de la economía, a una mayor igualdad social, a la protección del medio natural y sus recursos y a una mayor distribución de sus beneficios.

Tenemos que reflexionar sobre la calidad de los empleos y sobre la adecuación de los salarios a los beneficios. Le correspomde, nos corresponde, a instituciones públicas, operadores turísticos y sus organizaciones representativas, sindicatos y sociedad civil organizada, representante de distintas sensibilidades. Y sería un error hacerlo desde el enfrentamiento aunque tengamos posiciones distintas. Lo cierto es que existe un malestar, aunque no se manifiesta igual en todas las islas. En realidad, estamos ante dos situaciones bien distintas, con un crecimiento desorbitado de la población en cuatro islas y un decrecimiento o estacionamiento en las restantes.

Y es que la imposibilidad de poder acceder a una vivienda asequible, la gentrificación, las molestias por la saturación de servicios e infraestructuras, las restricciones de agua o la preocupación por el deterioro de espacios naturales y playas por un afán expansionista sin control que se está dando en algunas islas, son cuestiones que afectan a una mayoría social al margen de ideologías. Y lo más importante, y que creo que está en el núcleo central de las movilizaciones, es que se ha dejado de percibir que el crecimiento turístico sin límite sea la vía para aumentar los ingresos y el bienestar de la sociedad canaria en su sentido más amplio. En realidad, tal y como señalaba la ZEC hace unos días, el 55% de la renta turística acaba escapando a terceros países, se va de las islas.

Y los datos parecen señalar que existen razones para ello. En el año 2000 llegaron a las islas Canarias 9.975.977 turistas, 14,6 millones en 2022, 15 millones en 2023 y en 2024 casi 18 millones. Pues bien, en el año 2000 la renta per cápita en Canarias era de 20.703 euros y en 2021 fue de 18.990 euros y, según datos de Eurostat, este año ha vuelto a bajar. Es decir, en estas dos décadas hemos visto incrementarse la llegada de visitantes en un 50% y aun así hemos perdido 1.700 euros de renta per cápita. Somos la segunda comunidad española con más pobreza pese a que la evolución del PIB canario ha sido similar a la del conjunto de España. Sin embargo, el aumento desproporcionado de población -ligada al desarrollo turístico- ha provocado el brusco descenso del PIB per cápita.

Ahora bien, dicho esto creo que para afrontar los problemas adecuadamente debemos tener en cuenta dos cuestiones: no todos los problemas que se señalan son consecuencia directa del modelo turístico (aunque tenga influencia), y existen, insisto, importantes contrastes.

La demografía no opera al margen de la estructura socioeconómica. Sin las oportunidades económicas vinculadas al turismo sería muy difícil que se hubiera producido este aumento poblacional, pero también es verdad que no todo el incremento poblacional se debe al turismo. Pertenecemos a un territorio con unas condiciones privilegiadas que lo hacen atractivo para muchos europeos que tienen libertad de circulación. En los últimos 25 años, el crecimiento en Tenerife ha sido de un 31%, de un 70% en Lanzarote, casi de un 100% en Fuerteventura y en Gran Canaria de un 15%. De ahí la necesidad imperiosa de buscar vías para frenar la llegada de nuevos residentes. Hablo de una Ley de Residencia.

Hay muchos aspectos de nuestro modelo de desarrollo, que tiene al turismo en el centro, que necesitan ser revisados. Hoy somos más pobres que hace dos décadas, a pesar de haber doblado el número de turistas, y el incremento de la población está situando al límite nuestra capacidad para proveer servicios esenciales a la ciudadanía. Urge mejorar la calidad del destino, haciéndolo más sostenible y generando servicios de alto valor añadido vinculados a la cultura, la gastronomía, al sector primario y al medio ambiente que puedan ser provistos por actores locales.

La regulación de los usos de la vivienda -especialmente la de uso vacacional de grandes tenedores en el conjunto del territorio- se hacía altamente necesaria y se están dando los pasos para ello. Pero ahora mismo el impacto es brutal. Es preciso también limitar la compra de viviendas por personas extranjeras, poner barreras al crecimiento incontrolado y arbitrario de los precios del alquiler, poner en uso las más de 200.000 viviendas vacías en Canarias y construir vivienda pública, porque no se ha hecho en décadas. También regular el encarecimiento del coste de la vivienda e impedir la turistificación de barrios enteros que echa a las familias de sus casas de siempre. Defiendo igualmente una Ecotasa finalista que ayude a corregir y paliar estos efectos. Y debe plantearse una propuesta homogénea para toda la Comunidad canaria. Al margen de que cada isla administre su realidad concreta.

El turismo debe contribuir en mayor medida a romper desigualdades. La dignificación, la cualificación, la mejora de las condiciones de trabajo y el aumento de los salarios harían posible una mayor integración de los hombres y mujeres de nuestra tierra en la industria turística y harían menos necesaria la incorporación de personal foráneo. Somos también la segunda comunidad con los salarios más bajos. Estoy convencido de que esta es la mejor manera de mejorar la productividad de la que siempre se culpa al trabajador. Igualmente, el sector también debe integrarse de una manera efectiva en la sociedad adquiriendo un mayor compromiso de responsabilidad empresarial, social y económica.

En Gran Canaria avanzamos con el modelo de Ecoísla. Con él ofrecemos verdad, resultado y compromiso. Esta sostenibilidad integral supone también un atractivo para visitantes con mayor conciencia medioambiental. En cualquier caso, se trata de repensar estructuras e ideas preconcebidas para afrontar nuevos retos y nuevos tiempos, cuando ya no existen árboles sagrados como el Garoé pero crece la necesidad de que germine y se expanda el cambio.


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