OPINION

Del habla, los dialectos y la escritura

Julio Fajardo Sánchez | Sábado 01 de febrero de 2025

He visto un video de Alberto Rodríguez comentando sobre el habla canaria. Así lo dice y así lo transcribo. Es una reivindicación sobre un modo de expresión que provoca cierta discriminación. Siempre es interesante hacer bandera con las singularidades del lenguaje, sobre todo por lo que tiene como manifestación antiglobalizadora. Los escritores no tenemos problemas con estas cosas. Al menos aparentemente es así. A veces confundimos a lo formal con el fondo. Por ejemplo, yo creo que el éxito de Andrea Abreu con su “Panza de burro”, no es debido a la utilización de un léxico sino más bien a un tema de género bien acogido por un colectivo que lo consideró necesario.

Pongamos que Margarit utiliza el castellano y el catalán indistintamente para escribir sus poemas. Quiero decir que un bilingüismo adquirido de forma natural hace que no necesita traductor, consiguiendo la misma sonoridad en ambas lenguas. No me cuesta trabajo apreciar la belleza en las dos lecturas y considero que es una experiencia escatológica de un valor que supera a los localismos haciendo un esfuerzo de inclusión lexicográfica. A Margarit le agradezco que me haga disfrutar dos veces. Yo no sabría encasillar al valor universal de Lorca, identificando al mundo gitano sin necesidad de recurrir a los términos genuinos del caló; sin embargo, se respira en el ambiente del romancero que estamos hablando de algo diferente. Rafael de León introduce más terminología local en la copla, con la misma habitualidad que los letristas del tango argentino lo hacen con el lunfardo.

En las islas, un poema de Tomás Morales no se debe a una esclavitud idiomática local, como tampoco lo hace Rafa Arozarena con su Mararía que relata una historia eminentemente insular. Pérez Galdós es la prueba de que un escritor educado en las islas es capaz de desarrollar una de las obras más grandes que se han escrito en castellano. La literatura universaliza el lenguaje, de forma que las influencias formales traspasan las fronteras de idiomáticas. Leo a Leila Gerriero y veo que no cae en esas construcciones gramaticales argentinas, de las que gustaba Cortázar, sin exceso, y Borges introducía solo cuando era estrictamente necesario. Leila escribe como una escritora norteamericana de hoy. Me recuerda a Lucía Berlin, pero también a hombres como John Updike o James Salter.

Hoy, y creo que siempre, la escritura no se detiene en los límites geográficos de los dialectos, porque de lo que se trata es de entendernos y no de construir un parapeto idiomático que nos aísle con una jerga inentendible, como un disfraz críptico para levantar las murallas de las diferencias. Hoy se hace política con estas cosas y tiene éxito; pero no significa que sean recomendables ni necesarias, y menos que se conviertan en algo por lo que hay que sudar la camiseta ni nos vaya la vida en tratar de conseguirlo.


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