El acuerdo de alto el fuego en Gaza se ha producido cuando faltan solo tres días para la llegada de Donal Trump a la Casa Blanca. Las informaciones recogen que los equipos diplomáticos demócratas y republicanos han trabajado en conjunto, y esto da una idea de que, a pesar de los enfrentamientos dialécticos entre Biden y Trump, que no van a cesar pues forman parte de la esencia política, las capacidades técnicas de ambos partidos han demostrado que son capaces de ponerse de acuerdo en un objetivo común. También habría que imaginar lo que hubiera supuesto para la administración saliente que el acuerdo se produjera a los pocos días de la llegada al poder de los republicanos. No es menos importante considerar otros factores que han influido en este resultado tan esperado por todos: la eliminación del jefe de Hamas, la caída de Basar el Asad, en Siria, el cese de la guerra con Hezbolá, en Líbano, y la debilitación de Irán y de la Rusia de Putin.
De cualquier forma esto no ha hecho sino empezar. Todo se desarrollará escalonadamente, siguiendo unos plazos que hay que cumplir con exquisito cuidado. El intercambio de rehenes no parece ser lo más complicado, sino el restablecimiento de un gobierno estable y fiable que pacifique la zona definitivamente, y esto se presenta como el tramo más difícil de la negociación. Se trata de la implantación de algo nuevo, porque el conflicto no puede concluir retornando a una situación que nunca se cerró. Lo cierto es que la lucha entre halcones y palomas, que se escenifica en las supuestas divisiones ideológicas del mundo democrático, se ha dado una tregua para tratar de apaciguar a las aves de rapiña que se destrozan en otra parte del planeta. Esta actuación conjunta de las dos diplomacias norteamericanas es lo que sorprende, en un ambiente donde todo se presenta a cara de perro. Al menos eso es lo que parece si lo miramos desde aquí, donde le hemos adjudicado a cada protagonista la posición equivalente a lo que tenemos en casa.