OPINION

El rey del pollo frito

Julio Fajardo Sánchez | Domingo 12 de enero de 2025

En la Sexta Noche se comentó el embarque de la princesa de Asturias en el Juan Sebastián de Elcano y Ramoncín aprovechó para abrir el melón del debate sobre la monarquía. Todos los presentes se declararon republicanos, pero la mayoría partidarios de la monarquía constitucional, o de la Constitución monárquica, que parecen ser la misma cosa pero no lo son. Hay una discusión intelectual sobre la monarquía frente a la república en donde entran factores igualitarios, de derechos humanos y hasta de modernidad, y, al mismo tiempo, se plantea otra diatriba en la que se pone en solfa a nuestra transición política y al texto constitucional que nos ha llevado a ese paraíso tan cacareado de paz y progreso.

La realidad es que una cosa no se puede separar de la otra y lo que en otros lugares puede ofrecer un matiz teórico, en nuestro país esta revestido de circunstancias históricas, políticas y temporales bien diferentes. España no es una excepción para analizar un sistema que funciona en Europa, incluyendo al Reino Unido, a Suecia y a Noruega, donde las instituciones tradicionales funcionan no por su contenido ético filosófico sino por los beneficios cosechados. A muchos repugna el carácter hereditario, pero alguno tendría que existir para garantizar la independencia de un arbitraje que carece de influencia en las decisiones de poder. ¿Quién iba a garantizar que un defensor del pueblo goce de neutralidad política si su elección proviene del juego de las mayorías ideológicas? Ya lo vemos en el caso del fiscal general del Estado cuando se declara la intención de posesión contenida en la frase ¿quién lo nombra? ¿Alguien podría suponer una situación como la de Venezuela, donde la justicia y las fuerzas armadas avalan un fraude electoral, si hubiera una jefatura del Estado con el arbitraje moral que le otorga la Constitución? Esa es nuestra salvaguarda.

En todos los países del mundo democrático las constituciones están blindadas por quórums reforzados para que no sean modificadas a capricho. Incluso los referéndums previstos también ofrecen esa protección para que nada cambie por la intervención veleidosa de una mayoría coyuntural. Esa es nuestra salvación. Abrir debates imposibles y extemporáneos no me parece acertado, aunque sean propuestos por alguien tan poco influyente como el rey del pollo frito, que, a su manera, representa a cierto tipo de realeza.

Ayer zarpó el Juan Sebastián de Elcano del puerto de Cádiz. El rey dijo: “buena mar y buenos vientos”, que es una voz de sanos deseos utilizada en la Marina. En el discurso de Navidad expresó su inquietudes y al día siguiente nadie se dio por aludido. Bajó la audiencia, pero ninguno de los dos grandes partidos mostró algún tipo de desacuerdo con sus palabras. Mientras tanto, la monarquía constitucional, la que encarnó su padre para dotarla de principios democráticos, es demolida en la televisión a manos de una extorsionadora profesional. Celebrar la muerte de Franco y no hacerlo con la Transición es otra forma de desvincular a la monarquía con la libertad que ahora se celebra de manera torticera. No lo digo yo. Lo ha dicho Felipe González, que fue uno de los principales protagonistas del proceso.


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