OPINION

La convivencia entre democracia y autarquía

Julio Fajardo Sánchez | Sábado 11 de enero de 2025

El mundo siempre se ha dividido entre democracias y autarquías, entre el reconocimiento de una voluntad popular y la entrega del poder a quien asegura representar a lo colectivo por encima de todo. Ha estado ahí desde el principio. En cuanto a las diferencias en lo económico, especialmente entre lo público y lo privado, éstas se explican en el magistral libro de Antonio Escohotado “Los enemigos del comercio”. Después de leer “La economía de las ciudades”, de Jane Jacobs, se entiende que la actividad comercial está en el origen de la civilización, y que una cultura de globalización se debe a ese intercambio que es el origen de tantas ciencias y tantos derechos.

Dando esto como cierto, es lógico entender que haya sociedades que tengan diferentes formas de organizarse, pero esto no significa que sientan la necesidad de destruirse unas a otras. En paralelo a estas diferencias existe una moral, unas reglas superiores que establecen el mínimo respeto para el entendimiento y la convivencia entre los que son distintos. Cuando esto falla no está fallando un sistema a favor del otro, quien lo hace es el factor independiente que le es común a cualquier organización, pública o privada, democrática o totalitaria. Eso es lo que pretende recoger el derecho internacional sin demasiado éxito.

Entonces un régimen no se convierte en legítimo o ilegítimo por un hecho fraudulento, simplemente es mentiroso o fiable, y ha roto cualquier capacidad de entendimiento que emana de la ley natural y no de los procedimientos fabricados a conveniencia. Esto es sencillo de entender y es el auténtico deterioro que estamos sufriendo. El problema estriba en que las masas siguen a estas propuestas falaces porque les han dicho que todo vale con tal de obtener el beneficio que se persigue. Por eso se mata, se roba, se miente y se atenta contra la libertad de los semejantes con total impunidad.

Esto es lo que ocurre en Venezuela, y no solo allí sino en todo patio de vecinos. Es muy arriesgado, porque corregir el fanatismo siempre tiene un coste elevado. El mundo ha sufrido estas pandemias sociales en muchas ocasiones y siempre ha salido malparado. No se soluciona con advertencias ni con sermones morales, es mucho más complicado. Normalmente el que asegura que la razón está de su parte es el mayor responsable del conflicto. Casi siempre hay daños colaterales que terminan pagando los que no son de la guerra.


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