OPINION

De quién desconfiamos

Julio Fajardo Sánchez | Domingo 05 de enero de 2025

Cuando se habla de la pérdida de confianza es conveniente distinguir sobre si se desconfía de una idea concreta o se trata de un estado general de cosas. Escribe Juan Gabriel Vázquez un artículo en El País, titulado “El tiempo de la desconfianza”, donde se dilucida esta cuestión sin dejar de fijar algunos aspectos dogmáticos en los que es imprescindible confiar, o seguir confiando, si es que alguna vez lo hicimos del todo. Ciertamente la polarización elimina a los conceptos genéricos y cuando se confía en una idea se desconfía de la contraria. En el artículo se adivina un lamento por la pérdida de una razón, una verdad indiscutible en la que podamos depositar nuestra confianza: eso que antes llamábamos valores.

Estoy de acuerdo en lo que expone como una advertencia a los deterioros que minan a las sociedades poco a poco, en una operación, no sé si calculada, de desgaste en la creencia en algunos principios fundamentales, fiándolo todo a la relatividad de los juicios emitidos en libertad. Nada de esto se produce por sorpresa, obedece a un lento proceso de asentamiento que se va incrustando como la artrosis en nuestros huesos hasta impedirnos caminar sin el lastre de los dolores que nos obligan a avanzar renqueantes. Repito que estoy de acuerdo con la descripción del proceso en el que han intervenido agentes variados, especialmente de comunicación, información y propaganda, para llegar a la situación en la que estamos. Extraigo algo de lo que escribe porque es indicativo de lo que identifico con la realidad. “Haríamos bien en recordar que nuestro mundo oscuro no sucedió de la noche a la mañana. Se ha estado produciendo lentamente, incubándose como una enfermedad, con nuestra complicidad e indiferencia”. Y más adelante continúa: “Había que descubrir el momento en que los ciudadanos perdimos la confianza: la confianza en nuestros gobiernos, en nuestras autoridades, en nuestros medios de comunicación, en lo que llamamos con ligereza las elites, en nosotros mismos”.

Hace tiempo que noto el crecimiento de esta desorientación que nos conduce a una posición desesperanzada frente al futuro. Siento cómo nos va colonizando una permanente falta de fiabilidad en la verdad, descalificando unas acciones frente a otras en un intento continuado por instalar un pensamiento único e indiscutible, basado en la desconfianza. Esta sensación genera un ansia de sustitución por confiar en algo, aunque sea en la mentira, para suplir ese vacío en el que nos encontramos inmersos al haber sido desprovistos de nuestro criterio. Como dice el autor del artículo, esto no se ha producido en un día, se viene instalando calculadamente por agentes insensatos que pretenden obtener beneficio de la situación. No se trata de provocar un cambio sino de crear el caos suficiente para qué éste se produzca sin una previsión de defensa. En esto llevamos demasiado tiempo metidos, y lo peor es que no nos damos cuenta.


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