Ahora se habla de batalla cultural, personificada entre Broncano y Motos. La diferencia es que uno está patrocinado por el oficialismo y dinero público y el otro no. La batalla cultural se pretende ganar desde un panorama tan vulgar como el de las audiencias. Esta lucha hace tiempo que se viene llevando a cabo y en momentos se ha perdido y en otros ha estado arriba. Se trata de colonizar las mentes de los ciudadanos, como siempre, indicándoles dónde se encuentra el lado correcto, como una continuación de la Educación en la Ciudadanía, de Zapatero, que recordaba a la Formación del Espíritu Nacional, con escasos resultados formativos.
Yo me encuentro en una trinchera, protegiéndome del fuego amigo y del enemigo en esta guerra de modas culturales que se desarrolla a mi alrededor. Como siempre, nos costará, pero saldremos indemnes gracias a ese principio de acción reacción que provocan todos los procesos desequilibrantes. Defiendo mi libertad de peNsar como me dé la gana, sin ubicarme en un bando o en el otro, fuera de la guerra. A esa defensa de la individualidad, que coincide con una posición ideológica liberal, se la asimila con lo carca, lo retro, lo fascista y todos los demás calificativos que se les ocurran, sin tener en cuenta que todos los avances del progreso se han producido bajo el paraguas de la libertad, a un lado de las batallas culturales, basadas en la imposición de libros rojos que nos vienen a uniformar, como si estuviéramos en el 1984 de George Orwell.
La ultraderecha ha picado en la provocación del Corazón de Jesús y esto ha servido para que los francotiradores de la izquierda los acusen de sectarios. Lo de Lalachus ha estado bien tirado, pero la pelea del bombo contra las hormigas, fabricada de manera artificial, no llegará demasiado lejos. No le interesa a nadie. Solo a minorías de chiringuito que hace tiempo que no tienen una polémica que echarse a la boca. Cada día hay que construir un relato nuevo. Se trata de llevar la iniciativa.
Estamos ante un coito donde la pareja alterna su posición de abajo o arriba como si se tratara de una victoria personal, de una dominación simbólica. Esta es una guerra estúpida. Flor de un día, como todo aquello que tiene que recurrir a un triunfo local y efímero para seguir subsistiendo al día siguiente. Después de las campanadas, las baterías de la prensa amiga han salido a dar el resultado de la batalla cultural, como si en eso les fuera la vida. Intentan envolver a este país en un celofán de artificialidad que oculte lo que hay debajo: un caramelo amargo que no hay quien se lo trague. Menos batalla cultural. Miren a Yolanda, que empezó dando la suya con la matria y las condiciones laborales adaptadas a las exigencias climáticas, y ya ven donde está: llamando mala persona al ministro de Economía. Aprendan de Scholz, que ahora le pide a Von der Leyen que flexibilice la legislación climática que lo está asfixiando electoralmente. Esa batalla cultural la están ganando los otros, y la de Lalachus también lo hará, a pesar de que Charlie Hebdó vuelva a las andadas aprovechando que Irán está con la guardia baja.
A propósito, Biden acaba de aprobar, antes de irse, 8.000 millones de dólares en armas para Israel. Y aquí Broncano tocando el bombo para ganar la batalla cultural. De Maduro mejor no hablemos. Esa es otra batalla.