En estas fechas que se nos vienen arriba como si de una cascada se tratara, las tradiciones toman el relevo a lo cotidiano. Se adueñan de nuestros hogares y afloran como suele ser normal, las lágrimas en nuestros ojos. Esta peculiaridad de la Navidad ya la he tocado en un artículo anterior. En esta ocasión, me gustaría hablar de algunas tradiciones que se mantienen contra viento y marea a pesar de que, las circunstancias y el progreso, intentan hacerlas desaparecer. Me refiero a temas que hasta hace bien poco, parecía imposible que tuviéramos la sensación de que ya no tienen cabida en nuestras navidades actuales.
Por ejemplo si se nos preguntara, a quienes ya tenemos más canas que años, por los turrones, seguramente nos dispondríamos a hablar de lo humano y de lo divino del turrón blando y del turrón duro -puede que tocáramos algo sobre el de yema y el de coco-. Y, ahí, se nos acabaría el repertorio. Esos tipos del rico dulce navideño, era por excelencia lo que se nos ponía sobre la mesa en bonitas bandejas decoradas al estilo de las fiestas que se celebraban; para propios y también para quienes nos visitaban. Obviamente, esas exquisiteces iban acompañadas de peladillas, piñones, mazapanes y polvorones. Ya metidos en los años siguientes a esos que he mencionado, donde los protagonistas eran esos dos modelos que he mencionado, empezaron a llegar los turrones de chocolate, los de chocolate con galletas y algunos otros sabores que iban modificando el acostumbrado estilo navideño. Así hasta nuestros días, donde ya podemos adquirir turrones con sabores exóticos como de maracuyá, guanábana y hasta de pistacho. Ya no se sabe muy bien si estamos degustando un turrón o un batido solidificado. Y, es que cuando se habla de turrón, la tradición manda que ha de llevar almendra, molida o entera. El turrón ha de saber a turrón, pues ese sabor se nos metió a muchos en el cerebro y ¡amigos! A la memoria cerebral, se le engaña muy poco. Cuando mordemos un sabroso “turrón blando” se nos pone cara de degustadores profesionales y no es que estemos poniendo ninguna nota al producto, sino que estamos dejando volar nuestra imaginación a lo más recóndito de nuestra memoria. Justo a esos momentos en los que la ingesta de esos dulces navideños, se hacían en familia, con todo lo que eso significa.
No solo hay que mencionar el tema repostería para recodar las tradiciones que intentan sobrevivir al Tsunami de las nuevas tecnologías e inventos culinarios. ¡Qué va! Si nos ponemos en tono tradicionalista, ¿cómo íbamos a olvidar tocar el apartado musical? Los villancicos siempre han estado presentes en esta época de cada año. Siguen estándolo, pero ahora vienen retocados con algunas melodías, vamos a decir - aunque solo sea por ser benévolos con la parte autora- algo menos navideños. Está bien que la música se enriquezca con nuevos sones y con arreglos musicales de los temas que ya existen; pero, ¿tiene sentido que en un villancico se entrometa algo “picantón”? Cantando entre amigos, pudiera aceptarse la propuesta, pero como para editar un disco, compact o lo que sea que se use ahora, ¡qué quieren que les diga! No me parece tan normal. O por lo menos algo que haya de ser normalizado en nombre de la progresía imperante. Los villancicos han de hablar de Belén, de Nacimiento, de la alegría de vivir en paz con tus semejantes y, si me apuran mucho, hasta de los sabores de las comidas a ser servidas. Pero que un gallo eche un “polvorete" aprovechando el estado comprometido de una gallina, pues me podrá parecer divertido para una verbena, pero no me atrevería ni por asomo, a llamarlo villancico. Como tampoco podría entender que un “supuesto villancico” sea cantado por una intérprete en bragas tuneadas con guirnaldas navideñas y que entre otras cosas habla de comerse un “pibón”. ”Y que me perdonen los cantantes que tiran de esos recursos para llegar a su público, pero… ¡Óigame!
¿Se acuerdan cuando recibíamos postales de las que venían en su correspondiente sobre a nuestro nombre? Pues esa es otra de nuestras costumbres que sí que se ha conseguido ir eliminando. Las que aún se reciben es por una cuestión casi testimonial de quien se resiste a sucumbir a los nuevos adelantos que nos han llegado con la entrada en nuestras vidas de los móviles. Ahora hay verdaderas maravillas audiovisuales que pasan de una pantalla a otra y nos traen las felicitaciones. Estaba cantado que las de papel iban a durar muy poco. En mi casa, hasta hace unos pocos de años, una vecina alemana, nos dejaba en nuestro buzón su postal de felicitación. Y, ¿Quieren que les diga algo? Aquello me gustaba, pues veía una intención, notaba un interés en haber elegido la postal más adecuada y quedaba claro que había tenido su trabajo en escribirla y elegir las palabras adecuadas. Si, a nuestra añorada vecina Helga, le gustaba seguir con las buenas tradiciones y a nosotros el recibirlas. Le correspondíamos de igual forma, siempre que podíamos y nos hacía sentir bien. Nos daba la sensación que hacíamos lo correcto. Hoy, sin embargo, se envía, reenvía y re que te envía tal cantidad de mensajes navideños que ya no se está seguro de que, quien usa ese recurso, sepa a quien se lo está haciendo llegar. Es más, cuando lo recibes porque perteneces a un determinado grupo, nunca sabrás si se contaba contigo como receptor de la misiva navideña.
Pero lo tradicional no solo lo encontramos tirando del hilito de la Navidad. ¡Ni mucho menos! También la observamos en otros aspectos de nuestro día a día. Por ejemplo: el saludo. Hasta no hace mucho, cuando se cruzaba uno con alguien por la acera que caminaba en sentido contrario al tuyo, se establecía una muy corta pero educada conversación: buenos días decía una parte; buen día, contestaba la otra. Y ese pequeño encuentro con un vecino, te hacía sentir que estabas viviendo en sociedad. No estás solo o sola. Vives con gente y además con gente educada. ¿Pasa ahora lo mismo? Es posible que en algún rincón o pueblo pequeño se siga manteniendo esa buena costumbre, pero en las grandes ciudades, el saludo no se produce ni cuando te encuentras con alguien en un reducto tan minúsculo como puede ser un ascensor. La gente hoy camina mirando al suelo o en esa dirección enfrascado con lo que lee en la pequeña pantalla de su móvil. La gente hoy camina con unos casos puestos escuchando la música, que seguramente les producirá un mantra que le ayude a pasar olímpicamente de lo que les rodea y lo que es peor, con quien vive en ese entorno.
La tecnología ha llegado, se está haciendo fuerte y entre todos y todas conseguiremos que las tradiciones desaparezcan y con ellas, una parte de nuestra forma de vida. ¿Piensan que estoy exagerando demasiado?, Miren hacia Tacoronte. ¿Se acuerdan de aquellos turrones metidos entre galletas y tapados en su canto con una tira que tenía los colores de la bandera española? ¿Recuerdan los conglomerados de almendras o coco caramelizados que estos artesanos nos traían a cada una de las fiestas populares bajo toldos perfectamente identificados por las lonetas a rayas blancas y rojas y montadas sobre los mostradores de madera? Pues cada vez los veremos menos y esa exquisitez, no podrá venir a través del movil. ¡Bendita tradición tacorontera!