OPINION

La idiotez en la escritura

Julio Fajardo Sánchez | Lunes 25 de noviembre de 2024

Ha dicho Javier Cercas en su discurso de ingreso en la RAE que un escritor puede ser cualquier cosa menos un idiota. Pongamos que se refiere a un escritor serio, porque el mundo está lleno de idiotas y ese porcentaje, de alguna forma, también le tiene que afectar a los escritores. Veo anuncios en internet ofreciendo cursos para formar escritores y todos ellos se basan en alimentar la idiotez que se exhibe al desear ser una cosa para la que no se tienen aptitudes. También observo el panorama de descalificaciones y aclamaciones que se hacen desde el punto de vista ideológico para darme cuenta de que la idiotez, en este sentido, es algo muy relativo. Se es idiota si no se coincide con cierta oficialidad, y, en este aspecto, Cercas ha sido considerado idiota en más de una ocasión. Yo quisiera estar de acuerdo con lo que dice, pero la realidad me obliga a reconocer que se trata de un desiderátum, de un ideal que no existe, como todo aquello que se consagra como perteneciente a una intencionalidad suprema. Precisamente la idiotez consiste en empeñarse en encontrarle esa intencionalidad a las cosas que se crean, y eso, desgraciadamente es lo que más abunda.

Aquí me detengo para hacerme la pregunta de si tiene algo que ver la inteligencia con la idiotez, y concluyo que pertenecen a categorías diferentes. Se puede considerar a alguien como inteligente y capaz, porque con ese fin se han fabricado los test adecuados para determinarlo, pero, al mismo tiempo, cumpliendo con todos los requisitos, se puede ser idiota si no se coincide con lo establecido por las premisas de la corrección. La idiotez va apareada frecuentemente con la incomprensión. Si no te entiendo es porque el idiota eres tú, que no te sabes explicar adecuadamente, nunca será por culpa de mi torpeza. Kafka es imbécil porque no me explica cómo es posible que un hombre amanezca un día siendo un insecto. Lo mismo pasa con Cervantes, al que todos confiesan no haber acabado de leerlo porque no entienden los encantamientos que adornan sus aventuras; o con Joyce, al que le ocurre tres cuartos de lo mismo.

Toda esta gran masa que no entiende a los escritores que, según Cercas, no son idiotas, se nutren de la lectura de otros que sí lo son. El mundo está inundado de gente así. Es lo más común y forma parte de la normalidad. Cada día se construyen relatos para consumidores idiotas; y, si esto ocurre es porque los autores de esas patrañas participan de la idiotez de sus consumidores. Luego están los del negocio, los que conceden premios y reconocimientos a la idiotez, que hacen todos los días que lo que afirma Javier Cercas sea la referencia necesaria a una minoría que solo se encuentra reconocida en ciertas elites. En lo demás, y con perdón, es la idiotez lo que impera.


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