OPINION

Puertas que cuentan historias

José Luis Azzollini García | Lunes 25 de noviembre de 2024

Siempre que voy al aeropuerto a recibir, a despedir a alguien o a salir de viaje, me viene a la mente, la de historias que podrían contar las puertas que dan acceso a las salas interiores o las que nos reciben cuando venimos desde dentro.

Si uno se fija bien, puede llegar a imaginar aunque sea un poco y por encima, algunos de esos momentos. La llegada de un nieto o nieta que llega acompañado por personal del aeropuerto, es un momento mágico, en el que se funde la carita de extrañeza del pequeño, con la iluminación que se irradia desde la cara de sus seres queridos. Esos brazos abiertos por parte de quien recibe, tienen su correspondencia con el caminar acelerado del pequeño o de la pequeña. Y, la cara de satisfacción de la persona que ha dado el servicio, al entregar la documentación pertinente, cuenta también una historia sobre un trabajo bien hecho.

Un grupo de amigos que con pancartas, flores y mucho jolgorio, también dejan claro que se prepara para recibir a alguien que, para ellos, seguro que es muy importante. Posiblemente sea una feliz pareja de recién casados o tal vez se trate de alguna persona que ha ganado algún trofeo que fue a conquistar y que ya produjo, en su momento otra historia de puertas. En aquél caso en la puerta de salida cuando fueron a despedirse. Me viene a la memoria el momento de mi boda, cuando regresamos -mis amigos nos acompañaron- desde la Palma, que fue donde mi pareja y yo nos casamos. Los regalos que nos hicieron allá, venían en cajas -en la isla palmera, lo de usar cajas para el viaje es una costumbre que aporta un sello de identidad-. Al regresar y recoger todo el equipaje -maletas y cajas-, a mis amigos, no se le ocurrió otra cosa que coger cada uno una caja y ponérsela sobre la cabeza y cuando ya estaban preparados nos colocaron a mi esposa y a mi en cabecera colocándose, ellos, en fila india detrás de nosotros para salir cantando una supuesta canción trivial de la jungla profunda… “aunga maibé, maibé, aunga maibé, maibe….” O algo así, que ya han pasado muchos años de aquello y además la letra fue improvisada en el mismo momento que comenzó a andar la “comitiva”. Aquél día las puertas de llegadas de pasajeros contaron una simpática historia de un grupo de amigos que llegaban felices a su destino.

Cada vez que paso por la puerta número trece de la calle de Tribulaciones, me llegan a la memoria, todos y cada uno de los días que viví allí junto a mi familia. Recuerdo las vivencias y las historias que yo me inventaba jugando en aquella escalera de caracol. En la puerta principal, había una de esas manos que tienen una bola entre los dedos y sirve para aporrear un trozo de hierro para que te abran desde la casa. Siempre que paso por delante de aquella puerta recuerdo ese artilugio y me vienen todos los recuerdos. ¡Simplemente mirando la puerta! Pero recientemente, una de las puertas que da a la calle estaba abierta -un descuido de alguien que salió- y, de forma atrevida, me metí en la casa que se estaba reformando de forma integral. Todo estaba cambiado, pero mantenían la escalera y allí me paré unos segundo dejando que mis recuerdos se adueñaran de mí.

En otras ocasiones, esas mismas puertas, nos traen a algún ser querido que regresa a su casa en un envoltorio funerario al uso. La tristeza es sobrecogedora y normalmente suele haber respeto en el ambiente, aun cuando el cuerpo, a más de una de las personas que esperan a otras, le pida aplaudir de alegría.

Las puertas de salida de cualquier aeropuerto, suelen contar otros momentos vitales. Situaciones de lágrimas por la despedida, Momentos de un cariño incontrolable por el ser amado que se va, aunque sea por poco tiempo. Pero también suelen ser puertas que nos hablan de trabajo, de agobios por la llegada tarde a algún vuelo y por qué no, también de enfados por tener que desprenderse del mojo que con tanto cariño nos preparó mamá; por un tema de protocolo de seguridad.

¡Ay, si las puertas hablaran!

¿Qué podremos pensar que nos dirían las puertas de una de esas casas que en estos momentos permanecen tapiadas para evitar la ocupación de quienes consideran que tienen más derecho que sus propios dueños? Seguramente, nos traerían anécdotas de sus antiguos habitantes. Momentos de felicidad en el regreso de quienes había emigrado a otras latitudes en busca de una mejor suerte laboral. También y en otro momento, nos rememorarían que, en otrora, se abrieron para dejar paso a quien con su maletita y poco más salía para dar cumplimiento a su deber militar o simplemente porque ya le había llegado la hora de independizarse. Es verdad que esa misma puerta dejaría claro el mensaje de bienvenida cada vez que, quien en algún momento se iba, sabía que tendría si deseaba regresar. ¡No dejes de venir a vernos, mi niño! ¡Cuídate, mi niña!

¿Se acuerdan de la primera vez que entramos a trabajar en aquella empresa? ¡Éramos gente joven! Los nervios estaban atenazados por una corriente que impedía que camináramos y una vez que lo conseguíamos y nos poníamos delante de alguien, fuera o no jefe, la misma tenaza se ensañaba con nuestras cuerdas vocales y nos hacía tartamudear. Y, mira que íbamos con la preparación que se requería, pero claro, era nuestra primera vez. Aquellas puertas, si nos hablaran, nos recordarían nuestra angustia, nos darían un repaso a las dudas que nos habían surgido, sin haber atravesado el dintel que cubrían. Esas mismas puertas, nos dejaban un reguero de recuerdos, el día que nos fuimos definitivamente del lugar. Es posible que nos hicieran algún guiño, si nuestra salida se adelantó en el tiempo, pero nunca nos dejarían mal sabor de boca, pues aunque se usen dichas puertas para salir de forma algo precipitada, siempre nos traerán recuerdos gratos. ¡Los buenos recuerdos siempre estarán ahí para ser recuperados por la memoria!

En cada acto en el que participemos, siempre tendremos que abrir o cerrar alguna puerta; y al hacerlo, seguro que nos contará alguna historia. La puerta del coche que nos sacó del lugar de celebración de algún evento para trasladarnos a otro lugar. Esa puerta, era pequeña, pero seguro que si ponemos atención, tendrá su gran relato. La gran puerta de entrada a aquella catedral o la de la mismísima Basílica del Vaticano, seguro que daría para escribir un gran libro de cuentos y hasta de chismes. ¿Se imaginan? Pensemos que este ejemplo de grandes puertas que he anotado, acumulan años de historia, mucha gente ilustre y no tan ilustre cruzándolas y dejando su impronta.

Las puertas, en definitiva, nos cuentan historias propias y ajenas. Lo único que hemos de hacer, es prestarles atención dejando que el recuerdo te traiga lo ocurrido detrás de ellas; con eso será suficiente.


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