OPINION

La trastienda

Julio Fajardo Sánchez | Sábado 16 de noviembre de 2024

Escribe hoy Antonio Muñoz Molina sobre la recomendación de Montaigne de meterse en la trastienda cuando nos abruma la desorientación. La trastienda, arriere la boutique, era ese lugar escondido donde refugiarse del barullo y las demandas del público, un sitio donde conversar en la intimidad o pensar manteniendo un soliloquio sin contaminación; pero hoy se ha convertido en un lugar imposible porque los tiros de los bandos irreconciliables te llegan por todos lados.

Antes los eremitas se aislaban en sus cuevas y, como tampoco los dejaban tranquilos, se subían a una columna de dieciséis metros de altura, a donde le subían la comida en una cesta atada a una cuerda. Así y todo no conseguían el aislamiento total porque los curiosos andaban revoloteando en la base, esperando obtener del místico una palabra sanadora. Hoy esto no se puede hacer y la trastienda a la que se refiere el escritor ya no existe. A Simeón el estilita lo atacaría un dron con un periodista a bordo, haciéndole esa pregunta sin respuesta que marca la crónica de la información, o de la desinformación, que es como se le llama ahora.

Lo cierto es que no disponemos de una trastienda donde escondernos. La nieta de Antonio, que tiene seis años, dice que el mundo no está bien. Es demasiado pronto para darse cuenta de eso, pero, en fin, si ella lo asegura imagina lo que podemos pensar nosotros. Vivimos en una sociedad en blanco y negro, quiero decir que han desaparecido las medias tintas o los términos medios. El blanco es el negacionismo del negro y al revés. Einstein ha pasado de moda y la relatividad de las cosas ha sido eliminada en el panorama de la polarización. Cuando estas cosas imperan en las relaciones sociales no cabe la posibilidad del acuerdo, porque una trinchera niega a la otra y las balas invaden la tierra de nadie que hay entre ellas. Ya no queda una trastienda donde meterse a reflexionar porque la neutralidad se califica como una demostración de tibieza, y hay que estar en la guerra de una forma o de la contraria. Es lo que se llama el compromiso, que para ser ejercido como Dios manda, o está impregnado de grandes dosis de fanatismo o no funciona.

Qué más quisiera yo que tener una trastienda igual que Montaigne, pero Montaigne tenía un castillo con una torre donde guardaba su biblioteca, y un caballo para recorrerse Italia, y un mundo sin redes sociales ni vigilado por algoritmos y satélites. Los tiempos de Montaigne no volverán a pesar de que los añoremos como algo ideal. Advierte Muñoz Molina de que en aquella época se peleaban protestantes y católicos y en menos que cantaba un grillo podías acabar en la hoguera. La historia a veces no nos recomienda mirar hacia atrás para buscar modelos que nos sirvan. A pesar de todo, con un poco de esfuerzo procuramos habilitarnos nuestra trastienda particular.

Yo me veo los viernes con Pizarro y Urioste y, de momento, no nos molestan. hace ya muchos años, en navidades, iba a una que tenía Argeo detrás de su zapatería. Le hice un soneto que empezaba así: “Como oscuro secreto del deseo,/ a mitad de la calle de Herradores,/ escondida tras de los mostradores,/ tiene su bodeguita don Argeo”. En La Laguna la palabra trastienda era sustituida por rebotica, que suena más al origen francés y culto del término. Ahora sugeriría a la autoridad competente que reponga algunas reboticas, para retornar al lugar secreto donde sanar nuestra inquietud. ¡Ay amigo! Si todos hiciéramos un esfuerzo quizá podríamos cambiar las cosas.


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