No hay suficiente espacio físico ni mental para reflexionar esta semana sobre otra cosa que no sea la catástrofe sufrida en el levante español, especialmente en la provincia de Valencia.
La naturaleza ha vuelto a imponerse al conocimiento y las decisiones de los humanos. El agua caída de forma torrencial desbordó cualquier tipo de
predicción o prevención, destrozando la vida de cientos de familias, que han visto cómo, en apenas unas horas, todos sus proyectos vitales se vieron
sepultados.
Sin lugar a duda, lo único positivo que hasta el momento puede extraerse de esta DANA terrorífica son las muestras de solidaridad llegadas desde todos los rincones de España y de la comunidad Internacional. Las pérdidas materiales podrán recuperarse, pero no existe consuelo para tanto dolor humano.
Los efectos de este fenómeno meteorológico extraordinario constituyen un triste récord, habiéndose convertido ya en el mayor desastre natural de la
historia de España. Sus consecuencias demoledoras superan las de otras terribles catástrofes naturales, como las de Biescas (Huesca) en 1996 o la
riada del Turia, también en Valencia, en 1957.
En estos primeros instantes, todas las víctimas de esta inundación descomunal sienten la cercanía, el apoyo y la solidaridad de Instituciones, autoridades,
empresas y, por supuesto, la sociedad en general. Pero, desgraciadamente, el ritmo cotidiano del día a día marcará otras pautas y hará que los problemas
derivados de la catástrofe dejen de ser “de todos”. Poco a poco, se irán transformando en los de cada uno de los que han perdido algún familiar o han
visto dañadas su casa y sus pertenencias.
Sucedió con las familias afectadas por incendios voraces, con quienes sufrieron las consecuencias del terremoto de Lorca o, más recientemente, con
aquellas personas que vieron cómo la lava sepultaba sus hogares y otras propiedades por la erupción del volcán de La Palma.
Convendría que, antes de que se intensifique la batalla política, echándose las culpas los unos a los otros, pudiera articularse un espacio para la toma de
decisiones. Un ámbito donde los afectados por la DANA sientan cómo las expresiones de solidaridad de ahora se materializan en el tiempo de una forma
sostenida. Es la única compensación moral y material que puede dárseles.
Con la aplicación de todos los avances científicos y tecnológicos, el progreso de los sistemas de predicción meteorológica ha sido espectacular. Además de obtenerse datos sobre el estado del tiempo por comunidades autónomas, se desagregan también por municipios y horas. De ahí que sorprenda mucho que, a pesar del siempre incontrolable comportamiento de la naturaleza, no hubiera ningún aviso preventivo sobre la magnitud del fenómeno que se venía encima de la población.
En Estados Unidos, no hace mucho y bajo la coordinación de las autoridades, más de un millón de personas tuvieron que abandonar sus hogares, días antes de la llegada a Florida del huracán Milton. Asimismo, más de 1.400 miembros de un equipo de rescate urbano, con más de un centenar de lanchas rápidas, fueron desplegados en todo el estado antes de la llegada del huracán, con el fin de iniciar lo antes posible las operaciones de búsqueda y rescate.
Al referido dispositivo se sumaron los equipos de una docena de estados y la Guardia Costera estadounidense, que de ese modo “aguardaban” para
comenzar de inmediato las operaciones de ayuda. En este caso, con una población de más de veinte millones de personas, las pérdidas de vida, según
los datos publicados, se limitaron a entre dos y cinco ciudadanos.
En Valencia, los servicios de emergencia fueron activados cuando el agua ya había aislado varios municipios y la desesperación crecía entre sus vecinos. En nada comenzarán las controversias políticas, imperando el objetivo miserable de echarle la culpa al otro, en lugar de reflexionar sobre las cosas que se
pueden mejorar para evitar que un desastre humano y material tan brutal vuelva a repetirse. ¿Falló la predicción? ¿Falló la prevención? ¿O, simplemente, la fuerza de la naturaleza supera a una y otra?