OPINION

Preguntas que llegan de lejos

Daniel Molini Dezotti | Sábado 19 de octubre de 2024

Si algo bueno tiene caer en la cuenta, es que uno, a veces, consigue levantarse sin haber sufrido grandes daños. Pues bien, yo he caído en la cuenta de que mis escritos no sirven para mucho.

No obstante, de vez en cuando, algunas aportaciones consiguen alentarme el empeño de seguir juntando palabras.

Sucedió que una lectora, infatigable al desaliento, me participó sus inquietudes mediante un correo electrónico.

Si este texto que ahora redacto, en vez de serlo hubiese sido un programa de radio, yo podría leerlo, pero al tratarse de lo que se trata, tendré que limitarme a transcribirlo, advirtiendo antes que su autora es alguien muy preocupada por lo que sucede en el país que quiere y habita: la República Argentina.

Lo que sigue, prácticamente sin ediciones, es lo que generó mi corresponsal, con su puño, letra e inquietudes.

“Quien toma como hábito la lectura, al poco tiempo queda hechizado por ese efecto de ensoñación que nos produce, al permitirnos pasear por otras épocas y lugares, imaginando aromas y sonidos que ambientan a los personajes. Puede ocurrir, también, que leyendo se nos presente un párrafo que nos remita a situaciones de la actualidad.

Eso me paso mientras estaba atrapada por la hermosa creación literaria de Elena Garro, escritora mexicana. En su libro “Los recuerdos del porvenir”, se establece un diálogo de dos hijos varones, que necesitaban trabajar en la mina en que lo hacía su padre, en un México sacudido por la Guerra Cristera.

“Si no quieren, no vuelvan a la mina, dijo el padre en voz baja. ¡Martín estás en las nubes! Sabes que necesitamos el dinero, contestó sobresaltada su mujer. El señor guardó silencio, pensó, ¿acaso violentar la voluntad de sus hijos no era un error más grave que el perder un poco de dinero? No entendía la opacidad de un mundo en cuyo cielo el único sol es el dinero. Los días del hombre le parecían de una brevedad insoportable para dedicarlos al esfuerzo del dinero.”

Mientras leía, el pensamiento por aquella época y entorno desapareció por un instante, y mi mente volvió al año actual, a mi país y recordé lo que había escuchado meses atrás en las redes sociales, donde se cuestionaba a un diputado nacional del partido gobernante que había declarado en un programa de radio: “Vos a tu hijo le querés dar lo mejor y muchas veces pasa, y sobre todo en Argentina, que no te podés dar el lujo de mandar a tu hijo al colegio, porque lo necesitas en el taller, con el padre, en el trabajo, ¿cómo va a ser el estado quien decida sobre el chico?”

A mí no se me ocurre una cosa tan invasiva. ¿Hasta qué punto lo económico, el dinero, tiene más relevancia que el derecho a la educación? No debería ser un lujo, sino algo meridianamente claro en un país que pretenda progresar, que busque ser socialmente justo y priorice el bienestar de sus habitantes ante cualquier interés monetario.

Los espacios educativos no solo brindan saber, sino que resultan lugares de contención para muchos niños, niñas que no la encuentran en sus hogares.

Es por esto que el estado debe estar presente, invirtiendo en educación pública, gratuita, brindando a las escuelas las herramientas suficientes no solo para educar, sino también para acompañar a aquellas infancias que se encuentran desamparadas, inmersas en la desigualdad social y pobreza, que el mismo estado y la sociedad en su conjunto no han podido resolver.

Lamentablemente, no solo nos encontramos con este tipo de declaraciones, sino que hace meses que se está atacando a la educación pública, con medidas que implican recortes presupuestarios y sueldos poco dignos para su personal, quienes han ayudado a que nuestras universidades sean reconocidas mundialmente por su calidad educativa.

En el mismo momento que esto acontece se habla, orgullosamente, del superávit fiscal alcanzado, de la recuperación del poder de la moneda, conseguido en desmedro de toda persona con deseos de aprender y desarrollarse, sin importar su situación económica.

¿Es el proyecto en el que estamos inmersos algo que verdaderamente busque la libertad?

Lo manifestado no quiere decir que los aspectos económicos, cómo terminar con la inflación, no sean importantes, pero en un país donde abundan los recursos, acabar con la pobreza no debería ser a costa de recortes en la educación, salud pública, ciencia o cultura, esenciales para el bienestar de la sociedad en su conjunto.

Para concluir, vuelvo a la magia de la lectura, en esta ocasión gracias a un libro de José Rodríguez dos Santos, escritor portugués.

En “El Secreto de Spinoza” manifiesta, dando voz al filósofo: “Los deseos comunes no pueden encararse cómo fines en sí mismos. El dinero, por ejemplo, sería nocivo si fuera un fin en sí mismo, pero es útil como medio para llegar a fines más elevados. Viendo los deseos, como transitorios, como medios y no cómo fines, conseguiría educarlos en vez de seguir siendo obstáculos, le ayudaría a alcanzar los verdaderos objetivos, la felicidad y la alegría”.

Es en este punto donde queda abierta la pregunta ¿Somos realmente conscientes y sabemos qué finalidad, que objetivos queremos proponernos alcanzar cómo sociedad?

Las respuestas para Natalia, que es quien lo pregunta. Ella ya conoce las mías.


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