La revolución ha llegado a mi terminal telefónico. Me han felicitado el cumpleaños haciéndome el siguiente regalo: “(…) de regalo te digo que en abril seremos padres por cuarta vez (…)”. Lo revolucionario no es el embarazo, sino la alegría con la que lo compartía. Un planteamiento contracultural evidente que trastoca la mentalidad dominante que, no solo no considera el embarazo como una enfermedad limitante, sino que reconoce que un hijo es siempre un regalo. Y el cuarto hijo -ya es inaudito para nuestro entorno general- una alegría mayor. Revolucionario total.
¿Por qué un notición como este despierta suspicacias en algunos oyentes? Porque, evidentemente, un hijo o una hija no es un árbol en una huerta o un sofá nuevo adquirido para el salón. Si no nos viene bien o no encaja, lo cambiamos y punto. Un hijo es recibido para siempre y supone un episodio permanente de responsabilidad que, sin duda, lleva consigo una serie de incómodos. Sin embargo la dificultad, hace falta que haya escucha social de la alegría que supone la noticia que recibí como regalo. Si conociéramos el don que supone esta dicha, no ironaríamos con la posibilidad de ampliar el horizonte de nuestras familias.
Porque da más de lo que quita; porque se reciben experiencias de desarrollo personal frente a las que se agotan en el corto plazo. Porque ensancha la existencia haciendo crecer a los progenitores en un horizonte interpersonal insospechado. Ya imaginamos las dificultades de espacio, económicas, de gestión del tiempo y de solución de conflictos y problemas. Si hemos sido bendecidos con nuestra vida, y así lo sentimos, podemos reconocer que otra vida puede ser un cuerno de fortuna.
Aún recuerdo aquella conversación tenida con una profesora de la Universidad con mala conciencia en su tercer embarazo. Como si los compañeros del departamento le fueran a recriminar que pronto tendrían que cubrir su baja. Es ciertamente increíble que, por un lado, reconozcamos el proceso de envejecimiento de la sociedad y las dificultades que devienen de ello para sostener el bien común y el futuro de las personas mayores y, por otro, nos sintamos incapaces de tener la generosidad de darle vida a un ser humano contribuyendo al aumento de la población. Realmente esta amiga me hizo un buen regalo compartiendo su alegría contracultural y revolucionaria.
Sin duda, la de ellos es una decisión verdaderamente sostenible e inclusiva si tenemos en cuenta lo anteriormente dicho. Digámoslo en serio. Porque en una sociedad con un índice de infertilidad del 20 %, hay que agradecer la solidaridad de algunos. En la Encuesta Continua del INE se nos informa, en relación al año 2020, que el tipo de hogar más frecuente en España es aquel formado por una pareja, con o sin hijos, que representan un 54 % del total. De los 18 millones de hogares que hay en España, 3,91 millones están formados por parejas sin hijos, 2,98 millones, por parejas con un solo hijo y 2,76 millones por matrimonios con dos hijos. Por su parte, el número de núcleos familiares con tres y cuatro miembros se ha reducido en un 0,1 % y en un 0,4 %, respectivamente.
No puedo menos que agradecer el regalo que me han hecho este año informándome que Dios bendice un hogar con una nueva vida.