Hay que ir con cuidado en las cenas de matrimonios. Un comentario desafortunado, una indiscreción en voz alta, y se puede desatar una crisis conyugal de alcance desconocido. A veces la cosa no llega a tanto y se salda con una patada en la espinilla por debajo de la mesa. Si la coz es suficientemente brusca, el resto de comensales se apercibe de inmediato de la pifia. Sobreviene entonces un silencio incómodo hasta que alguien cambia de tema.
A una escena como la descrita asistieron mis padres hace ocho años. Cómo sería la cosa que mi padre me llamó por teléfono al llegar a casa, pasada la medianoche. Al oír el móvil y ver la hora me asusté, pero el jefe me tranquilizó rápido, aunque lo noté agitado: “no te vas a creer lo que hemos escuchado tu madre y yo”. Cenaban con una pareja de amigos, padres de un alto directivo de una compañía aérea. Fíjense si el ejecutivo era de confianza de los propietarios de la aerolínea, que se había comido una condena de la Audiencia Nacional para proteger a sus superiores sin incriminarles.
Total, que antes de llegar a los postres el papá del directivo suelta tan pancho que Zapatero está trabajando para que Air Europa pueda cobrar la deuda millonaria que Venezuela mantiene con esa compañía. Tarascada al tobillo por parte de la señora a su marido, bote en la silla de éste y segundos de mutismo embarazoso, roto por un camarero que se ofrece a rellenar las copas de vino. Le tuve que preguntar a mi padre cuántas botellas se habían bebido, porque no daba crédito a lo que me estaba contando.
Me pareció alucinante. Un Presidente del Gobierno de España (los ex-presidentes mantienen el tratamiento de “Presidente”, y eso debería significar algo) ejerciendo de cobrador de una empresa privada ante un gobierno extranjero. La fuente y el contexto del comentario me parecieron lo suficientemente creíbles como para pasar la información a uno de los mejores periodistas de investigación de este país, al que conocía hace años. Pero una cosa es disponer de la información, otra poder demostrarla (¡ay, las fundaciones y testaferros!), y otra poder publicarla.
Ya puedo escribir esta columna porque hoy todo esto te lo cuentan por lo bajini en Ferraz. Los negocios en Iberoamérica de Zapatero son un secreto a voces, sobre todo para sus compañeros del PSOE. Y tampoco parece que, a estas alturas del cristo montado en Venezuela, el tipo que llegó a La Moncloa gracias al violento empujón del yihadismo en Atocha haga muchos esfuerzos para disimular sus intereses personales en aquel país. Sé que esta afirmación suena terrible, pero juro que cada día me levanto con la esperanza de encontrar una explicación no mercantil al bochorno de su “mediación”. ¿Se puede mediar entre secuestradores y secuestrados para que éstos cedan algo a cambio de su libertad? Bambi Zapatero hace tiempo que perdió la inocencia, y la vergüenza.
La izquierda decente ha entendido que lo que se juega hoy en Venezuela no tiene que ver con el avance del socialismo en Latinoamérica, sino con el retroceso de la democracia en la región. Personajes tan poco sospechosos de ser fascistas como Gabriel Boric, Pepe Mujica o Lula da Silva, saben que Maduro es un tirano imposible de defender, y por tanto un lastre para su lucha contra el capitalismo. Incluso el populismo más demagogo asume que para cambiar el sistema se ha de acceder al poder, o mantenerlo, ganando elecciones, aunque la victoria se logre a base de generar pobreza para subvencionarla y conseguir esos votos cautivos.
Un mínimo de pudor impide a la izquierda moderada sostener a un tramposo como Maduro. Un pucherazo tan grosero como el suyo abochorna a cualquier demócrata. Ese recato no opera en China, Rusia, Irán, Catar, Cuba o Nicaragua. La pregunta es ¿qué hace el PSOE chapoteando con esas compañías en semejante lodazal geopolítico? La codicia de un lobista internacional reconvertido en guía moral del sanchismo no puede ser suficiente motivo para pastelear con esa tropa.
En los últimos años millones de venezolanos han tenido que salir de su país. Los principales dirigentes de la oposición también están exiliados, o encarcelados, o inhabilitados por los tribunales chavistas. En el período entre 2013 y 2023 se calculan en más de 10.000 los muertos por la represión del régimen de Maduro. Pongamos que la cifra es exagerada, que son ¨sólo” 5.000, o aún menos, 1.000. ¿Qué diría Zapatero si un millar de militantes socialistas aparecieran hoy en las cunetas de España? ¿Cuántos muertos necesita el presidente por accidente para ponerse colorado, como la camisa de Chávez?