OPINION

Olor a madera de pino

Juan Pedro Rivero González | Jueves 26 de septiembre de 2024

Si no lo usas para el bien, tu tiempo lo pierdes. Porque, aunque es superior al espacio, el tiempo real se mide por lo acontecido, más que por el mero giro de las agujas de un reloj. Y entre las cosas que si no se dan se pierden, el tiempo ocupa uno de los espacios más relevantes. Es un bien escaso y, por este mismo hecho, el valor es alto para perderlo en tonterías varias, estre las que, la más tonta de ellas, es la inutilidad de lo malo. Por eso lo mejor de lo común lo llamamos bien: bien común. Y no es soso bueno porque lo sea para todos, sino porque surge del bien realizado por todos y entre todos. Tal vez porque solo sorá bien por el hecho se ser común.

He escuchado muchas veces que cuando queremos buscar ayuda en alguien debemos buscar a quienes quieren ayudar, pero están ocupados. Porque quien quiere dilatar el tiempo h de colocarlo en razón del bien ajeno. Quien lo reserva solo para sí, lo encaja de tal modo que pareciera que no tiene tiempo para nada. Puede que sea la comprensión del tiempo psicológico y su medida existencial, pero al fin es una coordenada de la vida y la vida se puede vivir saludablemente en bien de los demás. La generosidad es una forma de medir el tiempo a velocidad de crucero.

Decía un viejo profesor de filosoofía que “morir era perder el tiempo”. Al salir de él lo perdemos, está claro. Pero no amar es perder el tiempo en vida. Eso ya lo digo yo. Dicho queda, pues.

Recuerdo recorrer con la mirada a las personas que me rodeaban y percibir que eran mayores que yo. La mayoría eran más viejas. Últimamente me pasa lo contrario. Y es que el tiempo no se detiene y en su evolución evolucionamos. Envejecemos. Sin embargo, solo lo percibimos si nos miramos en el espejo y descubrimos en él las señales aquellas que nos recuerdan a nuestros progenitores. Ver a tu padre detrás de tu cara marcada por el tiempo. Es un don que nos ayuda a tomar conciencia de la realidad temporal de nuestra existencia. Y recordar aquel niño que eras y a tu abuelo que tenía entonces la misma edad que tienes tú ahora. Y sorprenderte de lo joven que te sientes frente a aquel mayor que recuerdas. Tomar conciencia, pues, de lo veloz que pasa el tiempo y lo rápido que se acerca la almohada de madera de pino que nos espera. ¿Será de mal gusto compartir con ustedes estos pensamientos a mistad de esta semana?

Aquí se mezcla el barruntado anhelo de que no termine el ahora y la certeza sobrenatural y consoladora de las palabras de Jesús, el hijo de María y especial testigo en la historia de lo divino. Lo que nos reveló y se esconde entre las páginas del evangelio nos invita a mirar con esperanza el futuro y a descubrir la dirección de marcha de esta vulnerable historia temporal que experimentamos. Su invitación a vivir amando es la clave del aprovechamiento del tiempo que vivimos como un don que no tiene precio. Amar para no perder el tiempo.

Lo que hacemos, sea lo que sea; aquello a lo que nos dedicamos, sea lo que sea, si logramos contemplarlo como un servicio a los demás, adquiere un sentido nuevo que reduplicativa su valor y configura su especial temporalidad. Y así, como sorprendidos por la realidad, vivir sin perder el tiempo para perder el tiempo al morir.

¡Qué dicha!


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