OPINION

Una política de doce cilindros, o más

José Luis Azzollini García | Lunes 23 de septiembre de 2024

Cuando desde el gobierno central se nos propone la disyuntiva de elegir entre viajar en Lamborghini o en guagua -allá le dicen BUS- se nos abren las carnes. Se mire por donde se mire, no es lo mismo. Incluso en cuestión de cilindradas, existen diferencias notorias entre ambas opciones. El primero tiene un motor de doce cilindros con setecientos cuarenta CV y un nivel de revoluciones que sobrepasan las ocho mil; lo que le aporta una potencia casi poética. En el segundo tipo de vehículo, hablamos de cinco o seis cilindros en línea con unos trescientos veinte CV y muchas menos revoluciones por minuto. ¡No hay color, señor presidente! Tengo un primo que en su momento lució uno de los dos vehículos de la marca mencionada que había en Tenerife y créame que el aspecto que él tenía en cada foto que le hacían, era muy distinto a que si se la hubieran sacado en el asiento de una guagua. El obligarle a hacerse la foto en una guagua sería cosa del pasado. Y, ya se sabe: el pasado, pasado está.

Por ejemplo, nada se ha dicho de algunas otras diferencias que existen en la propuesta presidencial. Por ejemplo, no es lo mismo viajar con solo un acompañante que hacerlo con cuarenta y cincuenta en el mismo cubículo. ¿Sabe el señor Presidente cuantos tipos de olores se puede llegar a respirar en un trayecto de unos quince minutos? En el Lambo, se olería el suyo propio y el de la compañía que, si no se aviniere a medidas higiénicas razonables, se bajaría de inmediato. En el bus, la cosa se complica algo más pues en ese espacio quien manda no es el conductor -ya lo dicen el cartel: no hablar con el conductor-, sino el gentío y en ese caso lo único que cuadra es la receta de “ajo y agua”. Pasa lo mismo que cuando lo que se usa como transporte es un avión. No será igual viajar en un aparato al uso junto a más de doscientas personas -unas cuatrocientas axilas- que hacerlo con gente conocida y a quien se le puede decir aquello de: ¿Sabes el chiste de la orquesta y el músico muerto? ¡Hay confianza! Siempre la hay en grupos reducidos. O, por lo menos es mucho más práctica que en las grandes aglomeraciones.

Por cierto, hablando de aviones, me he entretenido en buscar el tema de las cilindradas y otras características en aviónica y me he encontrado con algunas características que invitan a pensar si no se podría aplicar el slogan de “más bus y menos lambo”, que se intenta acuñar por quien debe conseguir que el puntero le señale a él y no a quien se debiera.-se conoce a un Ministro de Transportes algo dado a meterse en jardines no aptos para servir de humo-.

En aviónica, es como en la industria automovilística. Hay de todo como en botica. Por esta razón he buscado como modelo dos aviones al uso como podrían ser un “Boeing 727” y un “Falcon”. Ambos dos, plenamente conocidos por la población, aunque testados de forma muy distinta por ella. Meterme en consideraciones técnicas se me escapa y el comparativo con el mundo del automóvil, se me pone cuesta arriba por cuanto en este tipo de medios de transporte, la cuestión no va de cilindrada, sino de potencia de empuje. Así que descarto esa vía y me centro únicamente en lo que es más mundano: en sus características en lo que a comodidades se refiere. Cabe señalar que en el grupo de los Falcón, el listado de pasajeros se circunscribe a gente que me mueve grandes fortunas, o a ejecutivos de ese tipo de empresas que suelen llevar el prefijo “multi”, aunque sean nacionales. Es una forma de viajar rápida, cómoda y con una exclusividad que genera envidia, si se le prestara más atención de la deseada. Por otro lado, el primero de estos tubos voladores, es mucho más conocido por el resto de la población. Su comodidad, servicio, puntualidad y demás puntos de observaciones que nos permita una comparativa más ecuánime, nos marcan tal diferencia que nos devuelve a la realidad: Si no se está en la élite, no hay posibilidad de catar lo exclusivo.

Tampoco es que haya que ser pesimista con esto de los aviones, pues sin ser una artista de prestigio descomunal, ni un súper empresario que esos grandes emporios en los que el jefe -que es quien dispone de servicio de jet privado- ya se le conoce como CEO; cualquier licenciado o sin contar con esa titulación académica, podría optar a sentarse en la comodidad de esos asientos mullidos donde las nalgas y las rodillas te lo agradecen. Para conseguirlo, solo haría falta salir elegido en alguna lista política, ser nombrado presidente del gobierno y tener siempre a mano una disculpa, por poco creíble que fuera, para justificar los más de cinco mil euros por hora de vuelo que según he leído en el medio elEconomista.es., cuesta el usar dicho medio de transporte.

Es curioso que en estos momentos, se haya usado una marca automovilística para asegurar a la población que el uso de la guagua, debería ser mucho más habitual que el del automóvil. Siempre es bueno practicar con el ejemplo y cuando de lo que se trata es de conseguir que el pueblo llano, te entienda, no solo hay que ser ejemplar, sino que hay que subir el nivel hasta alcanzar el liderazgo en esa virtud.

Es llamativo que cuando se busca captar pasajeros para los medios colectivos de transporte, se ponga como alternativa a no contemplar como válida, el usar un Lamborghini. ¡Qué quieren que les diga! A mi ese modelo de transporte, me parece mucho más atractivo que ir valorando quienes usan la ducha y desodorante y quiénes no.

Me resulta chocante que quien tira de Falcon para algunos de sus desplazamientos, en vez de usar los sillones cómodos de la clase business de cualquier compañía comercial, nos pida que nos dejemos llevar por sus eslóganes político-comerciales y nos olvidemos de cilindradas y comodidades. ¡Café para todos! Aunque para alguno, se lo traiga la azafata con su tacita, su cucharilla de metal y sus azucarillos, a toque de pedido y recién hecho de máquina exprés. Que digo yo, si no se podrían exigir que los taxis fueran de la marca repudiada por los intereses gubernativos y los aviones copiaran a la compañía Binter en lo que las atenciones y comodidades que se respira a bordo.

En la política, hay que gestionar los dineros públicos; no me cansaré de exigirlo. Pero una cosa es gestionar con la conformidad y credibilidad que nos merecemos todos los españoles; y otra muy distinta, es hacerlo con la sensación de estar usando constantemente la técnica del “embudo”. Que se debe usar más al transporte público de masa que el particular, es una realidad que nos beneficiaría a todos. Otra cosa bien distinta es que esa petición se haga por parte de quien no predica con el ejemplo. Eso, sin añadir el que los medios colectivos, deberían llegar a todos los rincones mediante una red de pequeños micros inter-barrios, que conectaran con los grandes vehículos que circulen por las arterias principales de cada población. A todos nos gusta ahorrar gasolina, pero también nos agrada llegar a tiempo a las reuniones, situarnos lo más cerca posible de nuestro destino y, sobre todo, el hacerlo como si nos sintiéramos grandes ejecutivos o presidentes de cualquier gobierno. ¡Qué bonito es un lamborfalcon!


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