Ser joven es, hoy en día, un deporte de riesgo. Desde el punto económico y laboral aunque no ajeno a las adicciones.
Los sueldos bajos y contratos precarios en un entorno inflacionario como al que se enfrentan, dificultan el ahorro y el acceso a la vivienda. Los jóvenes lo tienen difícil y están desmotivados.
La encuesta «Desigualdades y tendencias sociales» del CIS arroja que el 58% de la población cree que los jóvenes van a vivir peor que sus padres.
Les cuesta encontrar trabajo y cuando lo hacen, no aprovechan la oportunidad.
“No se involucran, todo les da igual y solo miran por ellos; les formo y se van, aunque no tengan otro empleo porque se cansan o se aburren; otros no se presentan tras la primera semana de trabajo o vienen con una baja médica por estrés …” Estos son los comentarios más habituales que me encuentro entre empresarios amigos.
Recientemente una entidad financiera ha decidido no contratar más jóvenes. No lo dirán públicamente pero no quieren saber nada más de los menores de 35 años. Han acabado la paciencia por su falta de compromiso.
¿Los empresarios tenemos un problema con los jóvenes o son los jóvenes quienes tienen un problema con el compromiso? ¿Quién tiene la culpa de esto? ¿Tiene arreglo?
Lo he dicho en multitud de ocasiones: Esta generación de jóvenes no conoce el valor del compromiso ni tampoco el del esfuerzo en el que fueron educados sus abuelos. No son todos, pero sí una aplastante mayoría.
El summum se puede ver en los gimnasios de fitness que está plagados de jóvenes que se meten anabolizantes y otras sustancias prohibidas para obtener en pocos meses la masa muscular que los culturistas naturales obtienen con años de duro sacrificio. Ni entran a valorar las enfermedades futuras que ello les pueda acarrear. Deben ser Keynesianistas, creyendo que a largo plazo, todos muertos.
Su objetivo es obtener likes de su Instagram o similares redes sociales. Con pocos “me gusta” caen en la depresión y con muchos se sienten eufóricos.
Es la cultura del cortoplacismo vinculada a la ausencia de esfuerzo y el compromiso.
Los jóvenes no quieren “vivir para trabajar”. No están preparados para tolerar el mínimo esfuerzo y, a la mínima, abandonan su puesto de trabajo mostrando nula empatía con quien apostó por ellos. Muchos, ni se presentan a la entrevista de trabajo, sin dar explicación alguna.
Y no les culpo. El valor del esfuerzo ha ido perdiendo importancia en las aulas a medida que avanzaban las leyes educativas. Hoy es posible pasar de curso con suspensos y las recuperaciones de septiembre de antaño se han adelantado para que, incluso los que no han cumplido durante el curso, tengan verano para disfrutar. Podrán disfrutar de un campus de verano con piscina y pantallas móviles.
En casa, cada vez más padres delegan a sus hijos el poder de decidir. Si no quieren ir a clase de inglés porque se aburren, les desapuntan.
Los jóvenes se aburren con suma facilidad cuando están lejos de una pantalla. La dopamina que les genera el scroll infinito (o desplazamiento continuado de pantallas) les tiene enganchados y su mente reclama cada vez más dosis. Todo lo demás les aburre.
Los jóvenes son yonkies digitales de los cortos (shorts, reels) en las redes sociales. El inventor del scroll infinito, Aza Raskin, afirmó que se arrepentía de su creación y la define como “cocaína conductual”.
Como sociedad tenemos un problemón. Los jóvenes no quieren trabajar y las empresas cada vez quieren menos jóvenes. Si la edad de jubilación está en los 65 años, se estrecha el círculo donde buscar empleados comprometidos que no te dejen a las primeras de cambio. Y los que son buenos se van a otros países donde tienen más posibilidades y menos presión fiscal.
La solución es compleja pero este país necesita la fuerza de la juventud, tanto en el ámbito laboral como en el del conocimiento o el emprendedor.
Puede que la solución pase por plantillas mixtas conjuntando la experiencia de los mayores con la creatividad, vitalidad y conocimiento de los jóvenes. Volvamos a los Zidanes y Pavones del Real Madrid de hace unos años. Unos se motivan enseñando y otros querrán saber tanto como los veteranos. Es la motivación intergeneracional.
Pero para que los jóvenes den lo mejor de sí, necesitan desintoxicarse de la dopamina que genera el scroll infinito y las pantallas con contenido vacuo. Sin el efecto de esa nueva droga y con el esfuerzo de sus abuelos y algo de cultura financiera, el triunfo está asegurado.
Ese enganche a las pantallas empezó de niños y fue por culpa de los adultos. No les pongan pantallas en la mesa para que les dejen cenar tranquilos. El efecto de la dopamina en la mente en desarrollo de un niño puede hacer un daño de por vida.
No esperen que papá Estado arregle nada. Al contrario, lo empeorará. Basta ver el bodrio de propuesta de creación del Gobierno de un pasaporte digital (bautizado por la comunidad como Pajaporte) que controle el acceso a Internet con la excusa de que los menores de edad no accedan al porno y limite el acceso a los demás. Solo sirve para webs alojadas en España (casi ninguna) y con una VPN se puede burlar. Lo dicho, un bodrio que marca una declaración de intenciones sobre lo que es un camino con futuras medidas de control sobre la ciudadanía.
Hablen más con sus pequeños e inculquen los valores de los abuelos: trabajo duro y ahorro como base para generar riqueza. Y hagan que escriban y dibujen en papel y lean libros de papel. No se trata de eliminar las pantallas pero sí de reducir su exposición al scroll infinito que no aporta nada y engancha como cualquier otra droga.
El aumento del tamaño de las pantallas con los años y el aumento de la exposición a las mismas, ha acarreado un aumento de jóvenes aburridos y desmotivados sin voluntad de sacrificio. Todo lo contrario de lo que necesita este país para prosperar.