La prensa española no parece mostrarse muy de acuerdo con la convocatoria de elecciones en Francia. Dice que existe mucho riesgo y que Europa contiene el aliento ante lo que pueda suceder. La apuesta por un gran acuerdo entre el centroderecha y la socialdemocracia que vendría a salvar a la UE de la amenaza de los ultras no es compatible con la aplicación de un manual de resistencia, que es lo que se defiende por aquí. No conviene decir que la decisión desesperada de Macron es lo acertado, aunque, bien mirado, sea la mejor solución posible. El presidente francés cita a unas legislativas a final de mes para intentar fortalecer sus apoyos parlamentarios en una segunda vuelta. ¿Qué es lo que tendría que hacer? ¿Esperar enrocado en el Eliseo hasta que el monstruo de Marine Le Pen acabe por devorarlo? Yo creo que los análisis sociológicos de que disponen los gobiernos y las organizaciones políticas deben aproximarse a las causas que han provocado el ascenso de la ultraderecha. Si esto es así, tienen la oportunidad de rectificar y hacer ofertas en la campaña electoral que contrarresten la ofensiva. Lo que ocurre es que se confunde lo dogmático, lo políticamente correcto, lo deseable, con lo estrictamente posible.
En España, el sistema de bloques es el que manda en la división política, que se empeña en ser también división social. Por eso hay tres derechas a las que intenta extirpar el líder socialista como si fuera el ángel exterminador. Forma parte de una tradición frentepopulista que la Memoria puso en pie cuando alguien dio por amortizada la Transición.
No es reciente ni coyuntural. Comenzó el día en que la militancia se concentró en Ferraz para gritar ¡Con Rivera no! Estas consignas no surgen espontáneamente. Todos sabemos cómo se fabrican y con la rapidez con que se transmiten. Quiero decir que obedecen a una estrategia bien diseñada. Se trataba de institucionalizar a lo que Rubalcaba llamaba Frankenstein para así enterrar a los consensos de 1978. Después vinieron los manuales de resistencia. Cuando se escribe un libro para declarar un ideario político se está pretendiendo inaugurar una época.
Ocurrió con La historia me absolverá, de Fidel Castro, y con el Mein Kampf, de Adolf Hitler. Estos testamentos, o estos anuncios declaratorios, al igual que las cartas dirigidas a la ciudadanía, no preludian nada positivo. Por eso en El País la decisión del presidente francés de convocar elecciones no es recibida con buenos ojos. Claro que todo se toma como un juego y las fichas están sobre el tablero. Si a Macron le sale bien, la conclusión inmediata es que estaba en el camino correcto y los agoreros que pronosticaban su desacierto no. Por eso me atrevo a decir que los procesos electorales que hemos padecido no se acaban aquí. Lo de Francia también nos afecta, y todavía nos queda Cataluña.