OPINION

El coste del buenismo

José Luis Azzollini García | Lunes 20 de mayo de 2024

La palabreja “buenista” según el diccionario de la RAE de la Lengua, nos señala a una persona que actúa con “buenismo”. Y si ampliamos la búsqueda para aclarar el concepto “raíz”, se nos aclara que, para empezar, se trata de una palabra que normalmente se usa en tono despectivo; y nos deja claro que se hablaría de una actitud que rebaja la gravedad de conflictos, cediendo con benevolencia y con tolerancia. Dada la proliferación de personas que se mueven exclusivamente en hacer, lo que quiera se haga, pensando solo en “lo bien” y nunca en “el cuánto”, era normal que dicho concepto terminara por figurar en las páginas de la Real Academia. Así como normal, también lo es, que se analice.

Yo no digo, ni por asomo, que las cosas no deban hacerse con el objetivo de favorecer a quien/es vaya dirigida una determinada acción. Lo que me pregunto es si a la hora de actuar ante una situación que requiera reacción, únicamente, se debería valorar el hecho en sí, sin mirar sus costes, repercusiones e interacciones con el resto de acciones que repercutan en la sociedad en la que se produzca esa actuación. ¿Estaré cerca de la fachosfera?

En Canarias, tenemos un problema serio con la llegada de pateras y con lo que cuesta que desde el gobierno central y desde el europeo, organicen su reparto por ambos territorios. En esto hay mucho debate, cuando en realidad no debiera ni haberlo, pues sabido es que la entrada a los países, están reguladas por leyes de carácter internacional; y, las leyes, hay que respetarlas. Naturalmente en este mar navega mucha gente y así observamos que mientras un grupo importante de personas y entidades, se decantan por hablar de acogimiento sin límites, tenemos a otro grupo que se desgañita recordando que el espacio es limitado y que los recursos de las islas, también lo son. Ahí tenemos un claro ejemplo de “buenismo”, frente a pragmatismo. Tolerancia absoluta frente a análisis crítico y objetivo. Los argumentos que usan quienes defienden lo primero están claros: ¿Los vamos a dejar sin ayuda? ¿Permitiremos que mueran de hambre en sus respectivos países? ¿Debemos hacer la vista gorda ante los problemas que arrastran a esta gente a salir de sus fronteras para meterse en casa ajena sin más aviso que una llamada de móvil para solicitar ayuda en altamar? ¡En un mundo global, no debería haber fronteras! ¡La libre circulación de ciudadanos es un derecho a ser exigido! Son, estas, algunas de sus proclamas para defender su postura y como tal ha de ser respetada -que no acatada-. En su parte contraria, quienes defienden la necesidad de oponerse a tanta benevolencia y tolerancia -usando los adjetivos de la RAE-, hablan de actuar conforme a la Ley. En un país cualquiera -en el nuestro también-, la ciudadanía se da un ordenamiento legal para establecer un orden a la hora de interactuar en sociedad. ¿Es de recibo que venga alguien de fuera incumpliéndola y un grupo desde dentro ampare tan incumplimiento basándose solo en lo bien que está el hacer las cosas con generosidad sin límites? ¿Estaría, excesivamente mal visto, que alguien se entretuviera en analizar las cosas desde el punto de vista de las repercusiones que un determinado acto contrario o casi contrario a la Ley, pudiera producir? Honestamente me debato, siempre que se trata un tema tan sangrante como lo puede ser el de la migración, entre una actitud y la contraria. Naturalmente en la media está la alternativa. Y ese punto intermedio me invita a pensar que nadie puede ser abandonado a su suerte en el mar. ¡Claro que no! pero desde ese mar no se puede venir marcando el paso de lo que un país debe hacer una vez que se toque tierra. Creo en la Ley y amparándome en ella, entiendo que las soluciones llevan implícita otras palabras como repatriaciones, traslados y aceptación de las normas de convivencia vigentes en el lugar al que se llega. El buenismo cabe para ayudarles a llegar con vida, pero después se debería actuar con la objetividad práctica de la Ley.

Pero, el concepto de buenismo, no se acuñó como actitud ante el proceso migratorio. En él se ve claramente, el núcleo de su significado, pero no es en lo único que se sustenta su desarrollo. Existen otros muchos campos donde actitudes indulgentes, condescendientes y cuantos adjetivos se puedan usar en ese tenor, tienen cabida.

Sin devanarse la cabeza en pensar sobre el tema, me viene a la cabeza el trato con los animalitos. Quienes tenemos mascotas conviviendo en casa, sabemos que en muchas ocasiones nos puede la intolerancia hacia estos seres vivos. Por ejemplo, cuando salen de paseo, no entendemos que no existan lugares adecuados para que disfruten de su libertad sin ser molestados por los humanos. No tienen la posibilidad de ir a la playa a disfrutar del mar y del sol como los “homo erectus”. Y, así, un sinfín de actitudes que de tener derecho al voto, seguramente obligarían a que las sociedades legislaran a su favor. La parte contraria, la que se queja de que las aceras estén llenas de excrementos, que en las playas puedan quedar los ácaros de las pieles perrunas o de que, simplemente, las noches no sean para aullar, sino para dormir, cree que lo más apropiado es dejarse de tanto “buenismo” con el mundo animal y aplicar conceptos legales y de sensatez a la hora de abordar cada una de las situaciones. Como decía al principio de este párrafo, en mi hogar tenemos a “Nina” y ella sabe, o debería saber, que por las noches no se ladra; por el día, le agradecemos cuando tampoco lo hace. Nos preocupamos de llevar siempre con nosotros agua y bolsitas para no dejar huellas de sus necesidades fisiológicas y en casa, tiene asignada la tarea de seguir haciéndonos felices. La parte buenista, ni la contemplo. Es más, deseo que se aplique la Ley, contra quien contraviniera los preceptos que nos hemos marcado para la convivencia en paz con estos seres vivos; pero también contra esos otros “seres vivos” que llenan de chicles las aceras por donde caminamos. ¡De esos, poco se habla!

Existe buenismo igualmente en el movimiento “okupa”. Cuando una persona entra en tu propiedad y se queda a vivir en ella, sin mediar más permiso que el que le permite una buena patada a la puerta o el aprovechamiento de un descuido en la seguridad de la vivienda, siempre provocará las dos reacciones que vengo comentando: Por un lado, el sentimiento bondadoso de quien solo ve las caritas de pena de los que ahora viven de su osadía. Y, por el otro lado de la moneda, la cara de persona malvada que nos dibujan cuando de quien se habla, es de quien ejerce la propiedad. ¡Es que tiene más viviendas! ¿Actuamos dejándonos llevar por el buenismo del grupo que apoya y opina sobre los ocupantes o atendemos a quien ha visto su casa invadida por extraños? Yo ya tengo mi propia decisión, pero reconozco que está influenciada por la posibilidad de que la fortuna me permita tener una segunda propiedad.

Hay muchos más casos que los expuestos, cada cual tiene sus propias experiencias donde se enfrentará buenismo a pragmatismo. Si tocáramos este mismo tema, pero llevándolo al lado político, saltarían los remaches. ¿O no?

La tolerancia y la benevolencia deberían estar en toda toma de decisiones; pero, también, la observancia de lo analizado con el cerebro. ¡Ahí me muevo!


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