Cuando mis clientes acuden a mi despacho de Coaching Espiritual y Cábala, vienen buscando sentirse mejor, ser la mejor versión de ellos mismos y dar un sentido a sus vidas, algo que en los tiempos en los que vivimos, es muy complicado de conseguir.
Muchos me dicen que sienten un vacío interior constante, un no saber para qué están en el mundo y se sienten tristes y sin rumbo fijo, se sienten desconectados de su alma.
Su cabeza da vueltas constantemente, en un bucle mental que no para de dar vueltas en sus cabezas, pensando, o mal pensando, inventando posibles finales de vida sin sentido.
Comienzan a vivir obsesionados con un futuro incierto que nunca llegará, la crisis económica, las enfermedades, la vejez, la muerte…. ¡Todo les aterra!
Pero es curioso, por ello no hacen una prevención de los posibles escenarios con los que se encontrarán. No mejoran sus economías, no se preparan para la enfermedad y mucho menos para la muerte.
Entonces me preguntan, ¿qué puedo hacer para sentirme mejor?, a lo que yo añado: ¿vivir?, tal vez sería lo mejor que puedes hacer, dejar de imaginarte todo lo malo que puede llegar a pasar y centrarte en el “aquí y ahora”, en ser feliz hoy, sin pensar en el ayer ni en el mañana.
Está comprobado que más del 70% de las cosas que pensamos y los problemas mentales que nos creamos, nunca llegarán a suceder, solo se quedarán en nuestra cabeza, machacándonos la vida y nuestra existencia.
Yo también he estado ahí durante muchos años, dibujando escenarios inciertos, posibilidades que nunca llegaron a ocurrir y posibles desastres que de tanto pensarlos llegué a crear yo misma.
También pensé que todo sería horrible, que una relación no funcionaría o un trabajo no sería como yo pensaba.
Hasta que un día, agotada de tanto comerme la cabeza decidí dejar el destino a Dios, a ese que tampoco conozco y que durante mucho tiempo negué su existencia.
Entonces cuando aprendí a dejar mi destino en sus manos, pero haciendo continuamente lo que pensaba que tenía que hacer, mi vida comenzó a cambiar.
Las cosas comenzaron a irme bien, tal vez no como yo las había dibujado en mi cabeza, pero llegó a mi mente y a mi vida la paz.
Dejé de querer controlarlo todo, de preguntarme cómo sería mi vida y comencé a vivirla, empecé a vivir el momento presente y a disfrutar de cada día como si fuera el último.
Hice las paces con la muerte y con la vida y le dije que estaría preparada para cuando quisiera venir a por mí, pero que mientras tanto me diera una vida de la que sentirme orgullosa.
Y así todo comenzó a cambiar, dejé de manipular a los que quería, de ser el centro de todo y me dejé fluir con la vida, con un único objetivo, ayudar a todos los que tengo a mi alrededor para que consiguieran ser su mejor versión.
Volví a unirme con mi alma, que siempre estuvo allí, pero que me había desalineado con ella.
Aprendí a Amar desde el corazón y no desde la cabeza, no para que me quisieran, sino para ser mi mejor versión, aprendí a dejar de esperar que las cosas sucedan y a hacer que ocurran con mi acción diaria.
¡Me conecté con mi alma! Y esto me trajo la certeza de que, en cada momento, estaba en el mejor lugar que podía estar, en el único posible, porque ya no me dominaba la cabeza, sino que lo hacía mi corazón.
Así de sencillo, un día dejé de sufrir por todo, de “pasar pena” por todo y me puse en acción para cambiar lo que no me gustaba de mi vida.
¿Y Tú, estás dispuesto a hacerlo?, de esto hablo con mis clientes de Coaching Espiritual, de conseguir vivir en paz cada día, ¿quieres sentirte así?