OPINION

Un baile en Palermo

Julio Fajardo Sánchez | Martes 09 de abril de 2024

¿Lampedusa era moderno o solo era un notario de la caducidad? ¿Cuándo Visconti lleva El Gatopardo al cine está mostrando su militancia comunista o lo que hace es no resistirse a exhibir su condición aristocrática? ¿Es verdad que las cosas tienen que cambiar para que nada cambie?

He visto el video de la última boda rimbombante celebrada en España y no me sugiere el florecimiento de los vestigios de una clase como respuesta a los embates de otra emergente que se impone con fuerza. Incluso el baile nada tiene que ver con la escena impresionante que construye don Luchino en Palermo, con Burt Lancaster asombrando a la nobleza siciliana, desplegando su elegancia bailando un vals interminable.

Pongo cada palabra en el lugar que le corresponde, y elegancia e interminable son los términos justos para describir la idea. Hay entre los invitados un coronel garibaldino que presume de sus victorias en el frente de batalla, pero al príncipe Salinas le aburre, se levanta y se va. La hija de don Calogero ya se ha prometido con su sobrino, Tancredi Falconeri, en Donnafugata, anunciando que el dinero de la burguesía campesina viene en auxilio de una aristocracia arruinada, sin más valor que su educación y su elegancia. Falconeri quiere dedicarse a la política y su tío sabe que sin dinero eso es imposible.

¡Qué diferencia con lo visto en Madrid, cambiando a Verdi por Agustín Lara y a un tocado discreto de la época por una rana saliendo de un charco! Son otros tiempos, ya lo sé, pero hay algo que se diluye en la cutrez, contagiado por el impulso de las pasarelas más atrevidas y contaminado por la estupidez de un protocolo que quiere parecerse a Mira quién baila en lugar de mostrar la pureza de las exclusividades de toda la vida, que es lo que el público quiere ver: lo suntuoso de la corte, como en la reciente coronación de Carlos III de Inglaterra, antes que una pantomima que arrastra a la corona por los declives de la cursilería.

Si alguien quiere cargarse a la monarquía esta es una forma de conseguirlo. Menos mal que el rey se fue a Sevilla prefiriendo recibir la pitada de algunos vascos díscolos a someterse a un protocolo digno de la gala de un carnaval. El mal gusto lo invade todo y algunos organizadores de eventos lo confunden con el populismo, sin darse cuenta de que el pueblo lo que quiere es tener delante ese distanciamiento que le marca el camino de sus ambiciones, Quiere imitar, lo que no quiere es que lo imiten y encima hagan una caricatura esperpéntica de esa imitación.

Visconti no estaba equivocado, y desde su marxismo había asumido que el metro de Moscú había sido decorado con las arañas de los palacios zaristas y que Eisenstein se había fotografiado en un trono dorado, como hace Yolanda Díaz en sus mejores posados. Para que inventar cosas nuevas si la exquisitez está de sobra inventada. Estos descendientes de la casa de las Dos Sicilias nada tienen que ver con la fiesta de Palermo. Al contrario, son un símbolo de la decadencia que se produce cuando te pones en manos de un coreógrafo. Lo malo es que todo es igual en todas partes. Debe ser culpa del cambio climático que nos tiene asirocados.


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