OPINION

Madrid tiene seis letras

Julio Fajardo Sánchez | Viernes 29 de marzo de 2024

Manolo el Pollero decía que era el único poeta que vivía de la pluma. Sus padres tenían una tienda de pollos y huevos en la calle Tetuán y esta boutade pronunciada en la mesa adecuada del Café Gijón servía para que sus palabras tuvieran repercusión nacional. No hay nada como estar en el lugar adecuado en el momento oportuno. Manolo el Pollero no figura en ninguna antología poética, a pesar de que hablaran de él Cela y otros renombrados próceres que frecuentaban las tertulias.

En España ser asiduo de una tertulia es garantía para la reseña, por eso el Pollero logró meter algunos de sus pareados famosos en la memoria de ciertos españoles. Por ejemplo aquel: “Jueves Santo, Viernes Santo, no sé ni cómo lo aguanto”, que compuso cuando se vio encerrado en un bar de la Alameda de Málaga mientras pasaba una procesión interminable. Madrid siempre ha sido un altavoz para lo que se cuece en el resto del país. Mucho más que Barcelona, que ahora está de moda por lo del independentismo y la amnistía.

A Madrid acuden los jóvenes de toda España para tratar de hacerse famosos construyendo un pareado. ¡Hay tantos, como Gloria Fuertes, que lo consiguieron a fuerza de acudir a la mesa adecuada durante el tiempo necesario! Hay que trabajárselo y no es tan sencillo como pasar un huevo rezándole un credo. Desde Madrid se crean consignas que repercuten en el resto de la geografía de la piel de toro. Madrid es un cenáculo, un café con terraza en Recoletos, una taberna del barrio de las Letras o ahora un bar en Lavapiés con nombre de revolucionario italiano.

Madrid se mira el ombligo de otra manera, porque se cree que es el ombligo nacional, y algo de esto hay. Por eso la polémica entre Ferraz, o la Moncloa, con la presidenta de la Comunidad trasciende el territorio y se convierte en la clave de la lucha por el poder, como si eso fuera a interesar en Albacete, en Sos del Rey Católico o en Guía de Isora, como lo hace en Vallecas o en el barrio de Salamanca. Sin embargo, las cosas son así, igual que hablo de Manolo el Pollero a pesar de que en La Laguna nadie lo conozca.

Hasta yo mismo no sé si todavía vive. Lo más seguro es que no. España está llena e Manolos famosos, como el del bombo que buscaban las cámaras de televisión en los partidos de fútbol. La chapela de este personaje se había convertido en un símbolo tan rotundo como el toro de Osborne, que fue indultado por Tráfico para permanecer en las carreteras. España y yo somos así, señora, se decía, y con esta afirmación se consagraba a lo castizo mientras Serafín dibujaba marquesas en pelotas en la Codorniz. Las cosas no han cambiado mucho y a la fiesta se han incorporado los memes que inundan las redes sociales.

Quienes más salen son Ayuso y Puigdemont, como avanzadilla de Sánchez, de Feijóo y de Yolanda Díaz. Todo desde Madrid, el castillo famoso que al rey moro alivia el miedo. Ese que tiene una escala para subir al cielo, como la de Jacob, o como la que construyó Bramante en el Vaticano o como la de la bamba. Ese que tiene seis letras, como cantaba Pepe Blanco: “M de maravilla, la A viene de andoba porque es algo pintilla”. Ese que tiene seis gotas de rubí en el corazón y unas chulapas con ritmo de chotis en el tacón. Todo eso es atributo de esa capital que, por otra parte, se muestra indiferente a tanta adulación. No le hace falta tener Semana Santa, que también la tiene, porque para eso mandaba de comando a Manolo el Pollero a Málaga a oír cantar a los legionarios. De cualquier forma, Madrid no es garantía de nada y un noventa por ciento de las jovencitas que van a buscar la fama desde provincias caen en manos de Pepe el del Contrato y se vuelven a sus pueblos con el fracaso en las mochilas. No se puede decir que no lo intentaron.


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