El día 13 de febrero de 1945, con la II Guerra Mundial en sus postrimerías, la RAF, apoyada por la USAF, llevó a cabo una de las más vergonzantes y criminales operaciones de su historia, cuando más de 1.000 bombarderos pesados arrasaron con bombas incendiarias la llamada Florencia del Elba, una de las pocas capitales germanas que había quedado al margen de los masivos ataques de la aviación aliada.
El valor militar de la operación era cero. Se trató, únicamente, de una mera venganza por las víctimas sufridas por el Reino Unido durante la ya lejana Batalla de Inglaterra. En dos noches, Dresde acumuló el mismo número de víctimas civiles que los británicos en su territorio durante todo el conflicto, cerca de 40.000, según los cálculos más benévolos.
De aquel crimen de guerra, difuminado por el relato de los vencedores y travestido de operación militar estratégica, poco se supo en el resto del mundo.
En 2005, tuve la oportunidad de visitar esa bella ciudad, reurbanizada por la dictadura comunista de la DDR y restaurada desde la reunificación alemana. La reconstruida Frauenkirche o Iglesia de Nuestra Señora muestra aún los signos evidentes de aquel crimen en su piedra arenisca de Sajonia. Resulta fácil distinguir las piezas originales por su color negro, producto carbonizado del bombardeo británico, entremezcladas con las que se añadieron durante su titánica restauración entre 1993 y 1996.
El régimen nazi, en total descomposición, no supo encajar aquel episodio, pero, sobre todo, carecía de lo más importante, la legitimidad para reprochar absolutamente nada al enemigo, por más que éste hubiera dejado de lado las reglas de la guerra y se hubiera abrazado solo a una primitiva sed de venganza.
El pasado viernes, el Crocus City Hall de Moscú fue objeto de un ataque por parte de asesinos del Estado Islámico que provocaron casi 140 muertos civiles entre los asistentes a un concierto.
La reacción del régimen neosoviético de Putin, cuyos servicios de inteligencia fracasaron una vez más, pese a haber sido advertidos del peligro por los Estados Unidos, fue la de intentar buscar vínculos -absolutamente inexistentes- entre semejante salvajada y la Ucrania de Zelenski.
A Putin le conviene deshumanizar al enemigo que pretende eliminar. Sin embargo, no existe, en el mundo libre, duda alguna de que el atentado terrorista fue de exclusiva autoría del yihadismo, mal que les pese a la dirigencia rusa.
Sin embargo, aun en el supuesto de que, hipotéticamente, se llegara a acreditar la efectiva participación de Ucrania en este crimen, el problema para Putin sería exactamente el mismo que el que tuvo Hitler en febrero de 1945. Quien tiene las manos empapadas en sangre de víctimas inocentes carece por completo de legitimidad moral para reprocharles nada a estas.