“Buscar, y lamentar no encontrar mayor cantidad de formas, cuando las que hay son suficientes; cuando la adaptación tiende a la amplificación, a una creciente uniformidad parcial; así es como poco a poco se va obteniendo la belleza. Que uno no sepa admirar la economía, la supresión de lo inútil, tanto como hubiera admirado lo arbitrario, lo artificial y lo gratuito… es indicio seguro de una inteligencia pequeña, que solo percibe los detalles, no va más allá de ellos, y creyendo que compone solo yuxtapone”.
Esto que escribe André Gide es la base de toda buena escritura. Es preferible eliminar lo inútil, lo artificial, lo innecesario que añadir todo lo que surja espontáneamente, pensando, en una posición estúpidamente jupiterina, que todo lo que sale de la mente divina también lo es por compartir su naturaleza. Es lo que algunos llaman pertinencia, que yo traduzco en que cada frase, cada idea, esté demostrando en sí misma que es imprescindible. Cuando no es así, aplicándole el antónimo, es una impertinencia. A veces es necesario hacer desaparecer una obra completa si se descubre su falta de coherencia con el resto de una producción gloriosa.
En el proceso editorial intervienen asesores que advierten de esto a los autores. Algunos se invisten de soberbia y no admiten ser corregidos porque consideran que nadie está capacitado para hacerles bajar del parnaso que se han fabricado. No son conscientes de que así se envuelven en un manto que delata su pequeñez y su falta de talento. Estos son mis hijos aunque sean unos bodrios es un síntoma de petulancia insoportable, una afirmación que inhabilita al autor para que sea leído por alguien que exija un poco más de comprensión que la suya.
El triunfo entre los iguales se llama mediocridad, acepción que proviene del término medio. Escribir un folio cada mañana es un buen ejercicio para condensar una idea en un espacio breve. A veces se adorna con un relato a modo de parábola para ilustrar una imagen que quedaba afectada por la oscuridad de la inmediatez. Los diarios son una fuente de confesiones sinceras, y los de Gide, que estoy leyendo, con mas de tres mil páginas, constituyen el reflejo de una vida donde se alterna el tormento con la paz, el encuentro con un jovenzuelo procaz con el estudio de una sonata de César Frank.
La vida está llena de sendas complicadas; unas hermosas y otras menos, pero en todas hay un aprendizaje cuando se intentan comunicar, como en la del escritor, que pretende alimentarse con su propio acento. Tenía otra palabra preparada, pero se me fue de la cabeza. Es mejor así, para que quede constancia del camino a seguir, entre reflexión y reflexión. No tengo nada más que decir.