OPINION

La banda de los Dalton

José Manuel Barquero | Domingo 10 de marzo de 2024

Hay un meme que me encanta. Es una niña corriendo feliz cuesta abajo, hasta que la pendiente se desploma, sus pasitos se descontrolan y rueda dando volteretas sobre sí misma. Al final se detiene sentada en el suelo, con la melena alborotada, sonriendo mientras se retira el pelo del rostro orgullosa de su atropellado descenso. Tal fue la imagen de un Bolaños despeinado el pasado jueves al finalizar su comparecencia pública, felicitándose a sí mismo por la amnistía recién alumbrada en un paritorio extranjero. Ya es mala suerte que una ley española que será un “referente mundial “ y “marcará historia” se haya negociado en secreto fuera del Parlamento de nuestro país.

La euforia creciente en el relato del ministro de la Presidencia hizo que su verbo espídico fuera acelerando hasta superar la velocidad del sonido. El boom supersónico lo escuchamos cuando el Notario Mayor del Reino afirmó gallardo que este truño legislativo será bueno para la convivencia en nuestro país. Ahí nos explotó la cabeza a una amplia mayoría de españoles, a esa parte que según las encuestas no capta las bondades de un trueque humillante a cambio de siete votos.

El problema de Sánchez con la amnistía no está en la fachosfera ni en el PP, sino en los independentistas que cada vez que abren la boca sobre este asunto es para escupir en la cara de quien pretende borrar sus delitos presentándose como un gobernante magnánimo, cuando sólo cede por mantenerse en el poder. “Hacer de la necesidad virtud”, reconoció el presidente del Gobierno en una entrevista. Para que luego digan que Sánchez siempre miente. Sólo engaña cuando le conviene. Ser un inmoral no te convierte automáticamente en un idiota.

A excepción de este Bolaños desatado, el sanchismo ya no intenta convencer. Sólo aspira a un olvido colectivo, porque se ha de reconocer que si no hay más ciudadanos favorables a la amnistía no es por culpa del PSOE, ni de El País, ni de TVE, sino de los independentistas. Uno escarba en la hemeroteca buscando una sola declaración de los líderes que pretenden ser amnistiados que apunte, no digo a la gratitud, sino a la concordia o a la búsqueda de espacios de consenso entre ciudadanos que piensan y sienten de diferentes maneras… pero sólo aparecen exabruptos y nuevas amenazas.

Quería quedarme con la expresión de felicidad de Miriam Nogueras, similar a la de cualquier persona estreñida que por fin acierta con el laxante adecuado, pero tuvo que aparecer Pere Aragonés para recordarnos el meollo del asunto: “la amnistía es un reconocimiento de que la represión ha sido ilegítima”. No dijo extemporánea, ni injusta, ni desproporcionada, sino ilegítima, o sea, amparada en leyes y practicada por jueces impropios de una democracia. Aceptar este estigma es el fracaso político que Bolaños trató de ocultar con su verborrea triunfante. Con tanta grandilocuencia parecía estar anunciando el final de la guerra en Ucrania, pero sólo tragaba con cada letra del mantra indepe.

Paradojas de la política, los guardias civiles franquistas y los jueces prevaricadores que condenaron a los delincuentes del procés son los mismos que ahora investigan a la banda de Koldo, allanando así el camino al abogado de Puigdemont para despellejar a Sánchez en la recta final de la negociación. La corrupción en el gobierno de España ha logrado que esa enmienda rece hoy lo que hace un mes parecía imposible: asaltar un aeropuerto de manera organizada y apoyarse en Putin para segregar un territorio de la Unión Europea son hechos que en realidad no sucedieron. Ciertamente a los españoles nos han salido caras aquellas mascarillas.

Los glosadores de la excelsa figura de Sánchez afirman entre la admiración y el temor que “el presidente no hace rehenes”, aludiendo a su acreditada frialdad para ejecutar políticamente a enemigos, adversarios y compañeros de viaje en el Peugeot 407. Pues bien, parece que a Puigdemont tampoco le tiembla la mano a la hora de blandir la faca. El hasta bien poco cadáver político y todavía hoy prófugo de la justicia debió de leer con suma atención el “Manual de resistencia” de Sánchez, porque le está aplicando su propia medicina para exprimirle hasta la última gota de sangre mientras viva en La Moncloa.

Hay algo cómico en el énfasis de Bolaños proclamando la paz en Cataluña. No así en Sánchez, que suena siniestro. El presidente del Gobierno nos administra cada poco una dosis de dura realidad que, al menos a mi, me ha obligado a cambiar de opinión. Hasta hace unos meses el sintagma “a esto no se atreverá” me parecía aplicable a Sánchez. Un psicópata es una persona narcisista, sin empatía, mentirosa y manipuladora, pero quizá Pedro sólo sea daltónico, como el resto de su banda: donde todos vemos una línea roja, ellos la ven de color verde.


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