OPINION

Gilipollas, mejorando lo presente

Jaume Santacana | Jueves 29 de febrero de 2024

La expresión “mejorando lo presente” es uno de los chascarrillos más acertados e irónicos que circulan por Madrid desde tiempo inmemoriable; es, en definitiva, de un castizo que no se puede aguantar.

Para aquellos ciudadanos que no conozcan la citada fórmula coloquial, les pondré un ejemplo: vamos tres personas por la calle, dos hombres y una mujer. De repente nos cruzamos con una señorita de muy buen ver; una hembra de innegable belleza. Los dos hombres sueltan un espontaneo “¡Waaao, que chica más guapa!”. Ante la incertidumbre de que el comentario pueda sentar algo mal a la chica que viene con nosotros, añadimos: “mejorando lo presente”.

Les voy a poner otro ejemplo quizás algo menos machista o políticamente incorrecto, actualmente, tal que el anterior: en una conversación le dices a un hombre que “no soportas a los tíos barrigudos”; inmediatamente, te das cuenta que tu interlocutor luce una barriga prominente y, por lo tanto, puede haberse sentido ofendido y le sueltas un “mejorando lo presente”, como que te estás excusando diciéndole “que lo dicho no va contigo”. Los humanos tenemos una cierta tendencia a generalizar y la comentada expresión no es más que un simple suavizante social.

Dicho y aclarado esto, paso a comentarles un fenómeno, también social, que es de una actualidad de lo más rabiante: la gente que circula por la calle con el teléfono móvil incorporado a su físico.

Durante los últimos lustros hemos asistido a la consolidación de una especie de bípedo que, como característica principal, tiene la de ir por la calle con los ojos fijos en el denominado teléfono inteligente. Son fáciles de detectar porque, cuando avanzan hacia ti, no levantan ni un instante la vista del aparato y, cuando prevés la colisión y te detienes ante ellos, a pocos centímetros del impacto te miran, chascan la lengua y con la mirada te reprochan que, a pesar de ir tú por tu derecha, no te hayas apartado para permitirles que continúen adelante sin tener que desviarse de su línea recta. Son los que vemos en vídeos captados por cámaras de seguridad de hoteles, caminando cerca de las piscinas sin dejar de watsapear hasta que de repente caen dentro del agua porque no saben dónde ponen los pies. Son los que chocan contra las puertas de cristal transparente de algunas tiendas. Son los que, en el andén del metro, se ponen tan al límite que, impulsados por la urgencia de contestar un mensaje, pisan el vacío, caen a las vías y son atropellados y posteriormente triturados por el vagón de cabecera. Son los que atraviesan las calles sin mirar a derecha ni a izquierda porque lo único que les interesa es lo que sale en la pantallita. Y entonces sucede lo que sucede, que chocan con un ciclista o un motorista, o acaban bajo las ruedas de un coche, un autobús o un tranvía.

Como parece claro que estos papanatas no cambiarán de costumbres, las autoridades han decidido buscar un remedio. Consiste en colocar semáforos en el suelo, para que puedan verlos sin tener que levantar la cabeza. La primera ciudad que los ha puesto es Colonia, en Renania del Norte. Visto el éxito, ahora se ha apuntado la ciudad de Augsburgo, en Baviera. De momento los instalan en cruces de tranvías, porque es conocida la afición de mucha gente a emular a Antoni Gaudí. Consisten en unas franjas de luces led rojas situadas junto a los raíles. Cuando se acerca un tranvía las luces parpa­dean. […]. El Süddeutsche Zeitung, que es el periódico que da la noticia, menciona los accidentes que ha habido los últimos tiempos. La mayoría con heridos pero también con resultados mortales. Menciona dos de estos. Uno, en agosto del año pasado, cuando en Witten, también en Renania del Norte, un chico de diecinueve años murió cuando atravesaba la vía mientras miraba el móvil y escuchaba música por los auriculares. El mes pasado fue en Munich: una chica de quince años murió porque también iba la mar de feliz mirando el móvil y escuchando música por los auriculares.

Debo confesarles que no dedicaría a esto muchos esfuerzos. Eso sí: a todos los que mueran por comportarse así les concedería inmediatamente el premio Darwin, que desde hace treinta años se concede a las personas que contribuyen a la evolución demográfica de la humanidad por excluirse del acervo genético de nuestra especie gracias a una muerte absolutamente gilipollas.

Laus Deo.

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