OPINION

Carta a la migración (3 de 3)

José Luis Azzollini García | Lunes 26 de febrero de 2024

Señores Migrantes y quienes les ayudan,

Me hago cargo de que el motivo de que la gran mayoría de Ustedes decidan dejar su entorno habitual y opten por arriesgar su vida metiéndose en un ataúd con forma de barca, ha de ser dramático como para no reparar, ni un momento, en las consecuencias que ello puede suponer. Cuando me refiero a las consecuencias, no solo pienso en lo que les puede pasar navegando con escasos recursos por ese inmenso manto de agua que es el Océano Atlántico. También pienso en las familias que dejan en su terruño y también en lo que supone para los lugares hacia donde dirigen su proa. Se dirija el pensamiento a un lado o a otro, nada es lo que seguramente les habrán dicho. Veamos:

No sé si les habrán contado, antes de partir, que el destino al que dirigen su objetivo no es un santuario de paz y trabajo. Primero hay que llegar y tal y como vemos que lo hacen, está claro que la travesía no es apta para gente que no se haya curtido como corsario. No tengan duda de que se les ayudará en cuanto las unidades de salvamento detecten su presencia y les localicen -ya se intuye que esta labor cada día es menos difícil de conseguir-, pero es posible que eso no suceda y desgraciadamente quien tenga esa mala fortuna, pase a engrosar unos tristes datos estadísticos. Créanme que a nadie hace feliz esa circunstancia. Cuando consigan tocar tierra firme, se les aportarán unas ayudas básicas que con el esfuerzo económico de Ayuntamientos, Gobiernos locales y nacionales y hasta europeos, les harán sentir que están en el Nirvana. Pero, ¿eso es así? ¿Han llegado por fin a su destino soñado? Algunos ya saben que no, porque en la época de los móviles, todo o casi todo se sabe; pero la realidad es que solo han tocado tierra intermedia. Una zona de cuasi reclusión donde se les permitirá deambular por las calles, se les dará de comer y cama donde dormir, algo de vestuario, y monedas para gastos menores -esto último sin tenerlo del todo claro-, se les enseñará el idioma del lugar donde han llegado y poco más. Nada de trabajo. Nada de visados especiales para moverse por Europa. Nada de residencia y ni mucho menos nacionalidad. Es más, ni tan siquiera un triste visado para dar el salto desde estas islas, a la España continental. Han de tener claro que han hecho un viaje largo y temerario para llegar a un entorno que, seguramente y para la inmensa mayoría de Ustedes, se aleja totalmente de lo que habían imaginado. En estos momentos en los que la afluencia se está convirtiendo en marabunta, ya se está observando un sentimiento un tanto de desaprobación a la presencia de tantísima gente migrante en nuestras calles. De verdad que lo siento pero esa es la triste realidad. Ustedes son personas igual que cualquiera de los que habitamos estas islas. La única diferencia es que han entrado de una forma poco convencional y además no se les presupone una forma de vida. Cuando eso sucede, la gente del lugar se preocupa. Miren, tal vez no lo sepan, porque nadie les ha contado nuestra historia, pero han llegado a unas islas, que conoce la migración; unas islas que está repleta de historias de embarcaciones de gente que emigró hacia otras tierras; islas donde se sabe que cuando el hambre y la penuria aprieta, se han de tomar decisiones, aunque sean drásticas. Y, precisamente por esas vivencias, en estas islas, se sabe que cuando alguien pasa apuros, no mirará para los lados hasta que los resuelva. Ustedes han dejado su tierra con la esperanza de encontrar un trabajo y vivir en paz; pero en este archipiélago, lo que falta es trabajo. La vivienda es un problema muy serio que está comenzando a generar disgustos serios. El Turismo comienza a intranquilizarse por todo ello y entre tanto, ahora también vemos que se nos ha echado encima el problema de la migración. Les ruego me permitan llamarlo “problema” pues, habida cuenta, es algo que por no sé bien que motivo, desde la España continental y desde la mismísima Europa, se ha considerado que la entrada irregular de personas, no sé solucionará con la remisión de las mismas a otros puntos del territorio europeo. Al menos, no con la misma velocidad con la que se produce. ¿Nadie les había contado esta parte? Pues esto solo es una parte de lo que se encontrarán por aquí. Los isleños, les entendemos, pero también somos conocedores de nuestros recursos y de la necesidad imperiosa de que, en estas islas, no se generen más incertidumbres de las que ya se tenían antes de que, quienes les han convencido, les dijeran que la ruta canaria era la óptima para “venderles” unos “pasajes” algo “emponzoñados”. Han caído en manos de gente desaprensiva y egoísta. Están siendo ayudados por otro grupo de personas que en lugar de luchar más en origen, han optado por dedicar su esfuerzo en acogerles en destino y convencer al mundo entero que ese acogimiento ha de ser sin mirar límites. Es de agradecer el carácter altruista de esos grupos organizados sin ánimo de lucro, pero incluso en ellos se debería abrir el debate que dé respuestas a la población que pregunta: ¿Hasta cuándo? ¿Cuánta gente cabe en las islas, en España o en Europa? ¿Cabe toda África? ¿Quién se ocupa de la gente que queda en el continente emisor de tanta migración? ¿Qué hacen allá para evitar que su población sienta la necesidad de migrar? ¿Se hace lo suficiente?

En mi caso, he estado dando vueltas a la cabeza para ver de qué manera se podría ayudar a resolver esta situación. Eso no quiere decir que abandone mi idea de que desde el Gobierno Central de mis País y desde el europeo, se ha de dar solución inmediata trasladando a quien llega a las islas. Y, no me vale el que se haga una aportación económica por cada migrante que se rechace. Lamentablemente, esa no es una solución plausible para un territorio que vive de un turismo que no entiende ni acepta problemas más allá de los habituales. ¡No y mil veces no! ¿Y, si todos decide optar por dar dinero, a quién se le daría?

Dentro de esa cavilación, se me ha ocurrido que por parte de las Organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, se podrían instaurar en origen o países de salida de la migración, unos centros de acogida con formación laboral -me consta, por haberlo leído, que ya existen oficinas para informar y coordinar las posibles entradas en Europa- de tal manera que cuando alcanzaran los niveles formativos adecuados, pudieran embarcarse -ahora en barcos como mandan los cánones de seguridad- hacia los puntos donde se pudiera requerir la mano de obra que se adecue a la formación recibida. Sin duda, la agricultura, podría ser uno de esos campos de trabajo formativo, pero también podrían ser otros muchos donde se pudiera necesitar ayuda laboral. Si ahondaran sobre esta idea, se podría pensar, incluso, en la creación de Cooperativas de trabajo asociado para generar grupos que ofrecieran servicios a las grandes empresas y/u Organismos públicos. Estaríamos hablando de, quien viniera a nuestro territorio, ya vendría con contratos de servicio establecidos en origen, con una cualificación y con todas las garantías.

Señores migrantes: en nuestro país puede que haga falta mano de obra, pero las cosas aquí han de hacerse por unos cauces legales que nos gusta que sean observados. Estoy seguro que, de conseguir arribar de esta otra forma, su presencia ya no se vería como algo tan extraño y discutible.


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