OPINION

Un artículo de prensa

Julio Fajardo Sánchez | Miércoles 21 de febrero de 2024

El texto de una crónica de televisión no puede durar mucho. En ese tiempo, un corresponsal, eligiendo una postura inverosímil, con la cabeza quieta y girando los hombros, es capaz de contarnos lo que ocurre en Nueva York en unos segundos. Lo demás lo ponen las imágenes. Sin embargo, con esta escasez de datos y de descripciones, el mensaje, así condensado, es capaz de penetrar en quienes lo van a percibir con mayor potencia que otro que aparentemente tiene mayores posibilidades de extenderse. Hay una contradicción inexplicable en esto, pues el nivel de influencia de la información, en niveles prácticos, es inversamente proporcional a su duración.

Cuando tuve responsabilidades de comunicación, siempre en el terreno de la política, aprendí que la televisión te cuenta lo que ya ocurrió, la radio lo que está ocurriendo y la prensa escrita lo que va a ocurrir. ¿Cuál de esos medios tienen mayores probabilidades de penetración? No me atrevería a decirlo. En todos hay la posibilidad de escape: el zapping, el dial o el abandono de la lectura son los métodos para demostrar nuestra libertad a la hora de elegir, porque ante la información el espectador debe notar la sensación de sentirse libre. A pesar de ello, queda claro que la forma de crear opinión siempre está en función del destinatario, y, aunque lo escrito parezca menos efectivo, tiene un efecto repetitivo que se refleja en los otros medios con mayor abundancia y rotundidad. Seguramente porque tiene mayores oportunidades para ser explicado y huye de la inmediatez del flash informativo que sorprende de entrada, pero al que luego hay que someter a una digestión para penetrar en la profundidad del mensaje.

Una columna periodística utiliza técnicas que nada tienen que ver con las de la radio o de la televisión. Trata de construir un relato mínimo donde se exponen varias premisas para llegar a una conclusión. Se trata de demostrar algo, como en un teorema matemático, y en esa exposición razonada, y aparentemente suave, se encuentran las claves para su convicción. Parece como si el autor empezara a divagar sobre un asunto para terminar concentrándose en una conclusión indiscutible. Esto solo lo consiguen las palabras y una cuidada estructura gramatical. Desde Larra las cosas son así. Hay mucho de creatividad literaria en esta composición informativa, porque se superan las limitaciones que expresaba José María García Escudero en su libro sobre cine, cuando exponía las dificultades que entrañaba establecer en ese lenguaje los conceptos que adjetivan a un objeto. Por ejemplo: ventana triste, ventana apagada, ventana discreta, etc. ¿Cómo se consigue con una cámara eso que a las palabras no les supone ningún esfuerzo?

A pesar de lo que digo, la propaganda tiene su soporte más fuerte en la imagen y a nadie se le ocurre competir con un edicto frente a la contundencia de un buen cartel. Las imágenes debidamente seleccionadas son capaces de crear un sentimiento de adicción hacia determinada causa, siempre que vayan dirigidas al enternecimiento y al escándalo. Ningún texto podría compararse a su efectividad, aunque luego, uno bien hilvanado venga a demostrar que todo se trataba de una mentira, o de la utilización demagógica de una verdad aparente.

Son muy poderosas las imágenes de un terreno seco y desolado, o de los efectos devastadores de una inundación, o de un animal famélico representando a la generalidad con localizaciones aisladas, cuando no estamos habituados a verlas en los alrededores de nuestras casas.

Por eso, las grabaciones de Yolanda recogiendo pellets con un colador tuvieron una influencia desastrosa en su campaña electoral.


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