Debería advertir que parte de lo que voy a narrar y que ustedes podrán leer una vez narrado, es producto de la imaginación. Y es así porque no puedo asegurar que los pensamientos de las personas que se esconden en el texto, se correspondan con la verdad absoluta de lo que estaban pensando o estuvieran haciendo en el momento de la acción.
De lo que sí puedo dar fe es en el desenlace de lo acontecido y la cronología de los hechos, que aspiran a demostrar el enunciado de un teorema inexistente, que dice que la calidad de un resultado en el que intervienen seres humanos, es directamente proporcional a dos variables, una relacionada con la calidad y otra con la cualidad. Cuando ambas convergen, en forma de bondad y eficiencia, la calificación puede llegar a ser sobresaliente.
Para no alargar la demostración, puse en el enunciado eficiente, pero podría haber agregado responsables, nobles, preocupados por los demás, en fin, dotados de esos valores que no cotizan en la bolsa mal llamada de valores, porque los que compran y venden tienen que ver con la materia.
Debo detenerme en este punto, porque no se corresponde con lo que quiero contar.
Resulta que una persona muy querida estaba caminando, yendo hacia, o regresando desde, su lugar de trabajo, quizás fuese en bicicleta, es probable, porque es su medio habitual de locomoción en la ciudad.
Al llegar a la Casa de la Cultura, recordó una recomendación que había escuchado acerca de un libro que le pareció muy interesante.
Como su familia es lectora, y están abonados, detuvo su marcha y preguntó al funcionario de la biblioteca que lo atendió si tenían el libro “El mundo sin fin” de los autores Jancovici y Blain.
No figuraba en la base de datos, entonces repitió la información que le había llegado, que se trataba de una historieta muy pedagógica, que analizaba aspectos relacionados con el cambio climático.
Imagino la cara del responsable, o mejor dicho, imagino las posibles caras del responsable, esas que podrían traducir, por ejemplo, “A mí que me cuenta”, o, “A mí que me importa”, o, si su juicio estuviese internacionalizado, “Andá a cantarle a Gardel.”
Pero no, en vez de hacer eso, el tema le pareció interesante, alcanzándole un papel, con un título: Desiderata.
Allí fue escrito el nombre del autor, el título de la obra y poco más. Tras el saludo, se despidieron.
Un tiempo después, el escribiente de la desiderata, recibió un llamado telefónico de la Casa de la Cultura, donde un interlocutor de carne, hueso y sentimientos, no un robot de lata artificial, le explicó que el libro, que en principio no se conseguía, ya estaba disponible para los usuarios, y que cuando quisiera podía pasar a recogerlo.
Por supuesto, nuestro protagonista no demoró en pasar por la estancia de los libros y salió de ella con un volumen nuevo, de tapas amarillas, olor a papel y portada repleta de edificios, coches, aviones, humo y sombras, hecha a base de puro grafito.
Nada más abrir el ejemplar, justo detrás de una nota que indica la referencia que le asignaron en la Biblioteca Pública del Estado de Santa Cruz de Tenerife, y el día que debía ser devuelto, aparecía un sello registrando la procedencia: “Donativo: Comics y Mazmorras.”
No me costó nada imaginar las posibles caras del responsable de Comics y Mazmorras, tienda cuya existencia ignoraba, al recibir el pedido de la institución: “A mí que me cuenta”, o “A mí que me importa”, o, si su juicio estuviese internacionalizado: “Andá a cantarle a Gardel.”
Pero no, puso otra, que reflejaba seguramente colaboración. Allí estaba el libro, pesado, repleto de figuras en colores, donde el especialista que describió por primera vez la huella de carbono, Jancovici, explicaba al ilustrador Blain todos los secretos del calentamiento global, las consecuencias del cambio climático, la responsabilidad de los combustibles fósiles, la incidencia de las energías alternativas, el costo de las mismas, y las expectativas del futuro.
En 199 folios dibujados, aparecen petróleo, charlatanes, especuladores, hasta la propia naturaleza, que a veces aconseja, otras se queja, otras aguarda expectante la deriva de los seres humanos y también de las corporaciones que se lucran con los seres humanos.
Por supuesto que no tardé nada en leerlo tras la lectura de la persona que quiero, con el tiempo justo para devolverlo a la biblioteca, en una especie de oferta 2 x 1 que, a diferencia de lo que sucede en el mercado, resultó ser gratis total.
En realidad quería contar todo esto que en este punto concluye, a modo de agradecimiento a esas personas, comercios, que se implican con la belleza de hacer las cosas bien, pero el motivo que dio el puntapié inicial a la idea de escribir fue la palabra desiderata, cuyo significado preciso no conocía.
Cuando la persona que quiero me dijo que se la habían presentado para solicitar por escrito lo que acababa de formular oralmente, le dije que el nombre no era apropiado. ¡La ignorancia es atrevida!
No sé si se conformó, la cara que puso no fue de eso, pero al llegar a casa fui a buscar la etimología de la palabra, relacionada con un conjunto de cosas que se echan de menos, o que se desean, como las listas de libros cuya adquisición se propone en una biblioteca.
Cuando los teoremas funcionan bien, las desideratas ayudan, en vez de comprar las instituciones reciben regalos, y los lectores se multiplican. Todos salimos ganando, pero para ello es necesario el empeño de gente que se implique, como en este caso.