OPINION

El ocio y el juego

Juan Pedro Rivero González | Jueves 08 de febrero de 2024
Decía Jean Piaget que el juego era el trabajo de la infancia. Entonces lo fue para todos y, desde entonces, siempre podemos descubrir en el juego la herramienta que hace grato cualquier trabajo que tengamos que realizar. Desde el momento en el que descubrimos el hermoso entretenimiento de una tarea, dejamos de considerar odioso ese trabajo y lo asumimos con alegría. Cuando alguien dice “me encanta lo que hago, y encima me pagan”, ha descubierto la lado lúdico de su trabajo y ha encontrado el camino de la felicidad laboral.

En el universo lúdico de la infancia, cada risa era una chispa de fuego danzante y cada juego era un rincón del tiempo donde las preocupaciones adultas se desvanecían como sombras en la mañana. Los niños son navegantes intrépidos en mares de imaginación, construyendo castillos de arena que desafían al tiempo, mientras sus risas resuenan como el eco de cuentos antiguos. El juego es el alfabeto secreto que desentraña los misterios del mundo y transforma el día en una obra maestra de colores vibrantes, donde el tedio no tiene cabida y la fantasía es la moneda de cambio más valiosa.

Entre los pliegues de los años, la vida adulta se presenta como un lienzo donde las obligaciones son pinceles que delinean el paisaje cotidiano. En este viaje, los días son capítulos escritos con tinta de experiencias y responsabilidades que, algunas veces, pesan como un manto sereno. Ser adulto es encontrar la armonía en el caos, una danza pausada que se desliza entre los anhelos y las realidades. En este escenario, la risa es un eco distante, pero los momentos de serenidad se convierten en destellos de un cielo estrellado. La madurez es un arte que se revela en la paciencia, en la construcción de puentes entre el ayer y el mañana, donde la belleza se encuentra en las cicatrices que narran historias de resistencia y crecimiento de los niños que fuimos ayer.

Me gustaría morir jugando. Más me gusta vivir jugando. Tomarme en serio la vida como se toman en serio el juego los niños. Dedicarme a hacer las cosas que hago bien como bien realizan los juegos los siempre expertos niños en el patio de recreo. Y llegar al final para comenzar el juego eterno que nos espera, donde nadie puede contar ni pesar el gozo que se promete.

Quitémosle un poco de ritmo poético al discurso y hagamos memoria de los discursos de los grandes entrenadores de fútbol. Cuando el partido no funciona como se espera, en el descanso le dan ese mensaje motivador a los jugadores para que retomen el partido con voluntad de ganarlo. Y dicen cosas como esta: “Vamos muchachos; hagan lo que saben. Salgan a jugar. Disfruten de todo el juego que tienen sus botas. Hagan lo que sabe hacer: juegue a fútbol”.

Extrapolemos a tu vida y a la mía: “Hagan lo que saben hacer. Disfruten del juego. Salgan cada mañana a disfrutar con toda ese conjunto de competencias extraordinarias que tienen en las botas de su tarea. Disfruten de lo que saben hacer: jueguen”.

Si jugáramos así la vida seguro que no estaríamos anhelando un puente como el paréntesis del gozo esperado o de la alegría que necesitamos. Seríamos como los niños que después de quince días de vacaciones ya echan de meno las clases porque, además de estudiar y aprender, juegan con sus amigos.


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